lunes, 27 de febrero de 2012

+ TurbAdos


Primera noche real. Sin insomnio.

Amanece y detesto el amanecer, que viene con esa sensación de angustia y de no pertenencia.

Pero hoy es distinto, no he puesto alarma y despierto con el sonido de un orgasmo femenino. Un grito. Exquisito.

Buenos días. Suspiro, me estiro y mi erección esta vez pide ayuda. El sonido me motiva. Acción. Pero inevitablemente mi agitar la invoca y recrea a ella. Una y otra vez.

Pruebo con ninfas ideales; pruebo sólo con tetas y vaginas, pero su rostro aparece siempre. Maldita. Te detesto. Te odio. Pero te quiero aquí encima con tu rostro desorbitado. Te detesto. No te necesito. Te quiero bañar en leche. Sal de aquí, no puedo contigo. Perra.

Segunda noche de mi doble vida. ¿Real?

Te morirías si supieras lo que estoy haciendo. Por tu culpa. Porque te detesto y porque además, este puto sistema requiere dinero.

Segunda noche y tuve que ir nada más y nada menos que a tu edificio. Al edificio de nuestro nido.

Tuve miedo, fue una señal del destino. Un guiño.

No me hubieses reconocido. Me veía estupenda. Diosa.

Y sí. Había decidido usar el envase, que tanto gustabas, como recipiente de venganza.

Era mi segunda vez. Y no era tan malo después de todo. Creo que sentí más asco de mi, con nuestro último episodio que con ese patético abuelo.

Era la segunda noche que lo hacía, y esta vez no pasó nada. Cenamos y hablamos.

Me pidió dormir ahí. Tenía pena y carencias en la mirada. Acepté.

Me dormí. Primera noche real. Sin insomnio.

El elegante hombrecito me despierta con un jugo de pomelo. Me sonríe y me pasa un sobre con dinero.

Me pide que me masturbe; que sólo quiere verme. Sólo eso.

Bebo el jugo y esparzo las últimas gotas del vaso sobre mi pecho.

Me toco, me caliento. Me calienta que me mire. Me mojo como una cerda. Me voy a correr en cualquier momento. Me imagino tu rostro maldición. Maldito. Te detesto. Imagino que me bañas con tu leche. Sal de aquí. No puedo contigo. Grito.

Son las 8 de la mañana grito y me gustaría despertarte con el gemido más delicioso de los últimos tiempos.

lunes, 20 de junio de 2011

De acuerdos ...y cuerdas


Quedamos en eso.

Un acuerdo un poco inventado. Como tú. Como yo. Como nosotras; que de pronto vimos nuestro cráneo desconfigurado, reseco y perdido.

Quedamos en evitar. En evadir y escapar todo el tiempo. Sin medir las consecuencias. Sin sopesar posibles secuelas.

Acordamos pretender ceguera.

Acordamos una famélica vista gorda y abandonarnos a la rutina. Al paso de las medidas temporales. De los días… básicamente de los días.

El acuerdo recubría. Pero al interior las capas temblaban y se entrelazaban haciendo molestos nudos. Generando incertidumbre y desconcierto.

Entonces retomábamos el antídoto de aquel acuerdo. Y evadíamos.

A ratos jugaba a ser feliz. Nos atrevimos a mirar el espejo. A enfrentarnos.

Y con el antídoto hasta nos encontramos bonitas y los ojos brillaban entre vidrios.

Así el mundo no nos parecía tan ajeno. Pero el vacío no estuvo de acuerdo.

Acordé evitar tanto antídoto, intenté hacértelo ver.

Me acuerdo que no llegamos a acuerdo.

Comenzamos a aborrecernos, a lastimarnos. Y el antídoto se tornó cada vez más venenoso y los trenzados interiores comenzaron a “en-nudarse”.

El paso del tiempo se tornó absurdo e increíble.

Ya ni me acuerdo. Ya basta.

Es tiempo de desnudarse.

¿De acuerdo?

jueves, 3 de marzo de 2011

Un Verano CATarsiS (*)


Hay un bus añejo en un pueblo de partida (aunque parece de salida). Partida a un retorno. A fragmentos del pasado.

El pueblo luce destrozado y sucio. “La gente es fea”, le dice imaginariamente su amigo.

Huele a churrascos quemados y brillan máquinas tragamonedas y carteles promocionales de comida chatarra.

“Todo es chatarra”, le comenta nuevamente su amigo.

¡Déjame un momento en paz! Déjame vivir este viaje; es parte del proceso. El amigo calla pero sonríe maliciosamente.

Ella sube al viejo bus, se sienta al lado de un hombre con rasgos de campo, que la saluda amablemente. Decide, al instante, ponerse los audífonos para evitar oír comentarios de su amigo parlanchín. Escoge opción “aleatoria” - Play - y suena “These summer days”.

Sonríe satisfecha. Es eso. Es justamente eso; un portal caducado a “Esos días de verano”. A la nostalgia de esa niñez.

A cementerios de insectos. A picadas de mosquitos reventadas de tanto rascar. A pecas solares y cola cao frío. A soledad y a seres imaginarios.

¿Yo también soy imaginario?, pregunta la voz insistente. Ella sube el volumen y trata de ignorarlo. Mientras, suena azarosamente Pixies. Sonríe y escribe en el reverso del boleto “No mi pequeño duende”. Se oye un suspiro.

Vamos de camino, se dice a si misma. Es verano; sería un “summer day” de ese entonces.

“¿Qué estaría haciendo diez años atrás?”. Seguramente estaría tirándose piqueros y transformándose en sirena lacustre. Nadando desnuda con temor y fascinación a ser vista. La sirena bailarina. La reina de los pirigüines.

Stop. Un hombrecito viene a revisar su boleto. Puede ser una versión adulta de algún niño pueblerino de “these summer days”, o puede que sea aquel gato que ella transformó en humano en un atardecer.

Parece que no. Lo mira sigilosamente, pero con disimulo. El hombrecito corta el boleto con amabilidad y enrojece.

Play. La música continúa, el viaje está provisto de curvas. Duerme.

“Señorita…. Llegamos. Señorita…. Señorita bájese”.

Stop. Atontada coge su bolso, se quita los audífonos y baja un tanto mareada. No reconoce el lugar. No hay más pasajeros.

También baja el joven de los boletos y sigilosamente comienza a seguirla.

En tanto, su amigo imaginario no cesa de darle instrucciones, es él quien debe dirigir la situación. Ella no reacciona.

“Corre…te persigue”. “Calla, qué estás diciendo”.

Efectivamente.

Su corazón comienza a acelerar, pero no teme. “Es él, estoy segura de que es él, su pupila no era normal”. Un repentino y acertado arañazo en la nuca la hace tambalear. Cae lánguida en medio de una polvorienta curva. Su amigo imaginario pide ayuda a gritos. Pero nadie lo escucha (¡es imaginario!)

“Me perdí de siete vidas… me las pagarás humana estúpida”. Fue la sentencia.

Stop.


(*) Catarsis: Eliminación de recuerdos que perturban la conciencia o el equilibrio nervioso. Purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda.

miércoles, 19 de enero de 2011

Pasajera en Tránsito


Zurich, 09:09 am. “Pasajera en tránsito”, qué irónico.

De pronto me veo escupida en un espacio sumamente grisáceo y mucho más frío de lo esperado. Con humanos redundantemente fríos, parte del paisaje.

Paseo arrastrando mi maleta y abriendo lo que más puedo mis enrojecidos y cada vez más ojerosos ojos. El sueño se hace presente. Y tiendo a confundir. Así fue como ese ángel resultó ser un joven con mochila. En fin. Camino. Camino. Y las rueditas de mi maleta me adormecen aún más. Mecen mis sentidos.

Cierro la puerta del baño al fin y en ese metro cuadrado que asegura intimidad, se oye una música programada. Mientras, levanto mi falda. Esa música me es familiar. Sí, la conozco.

Es Bob Marley. ¿Qué hace sonando Bob aquí? Entre estas cuatro frías paredes.

Me sitúo lo mejor posible en cuclillas y tanteo el papel higiénico, mientras con la otra mano sujeto mi falda. Y tengo sueño. Y meneo las caderas. Y qué carajo hago meneando las caderas entre estas cuatro frías paredes. Es Bob.

Es Bob que da calidez sonora a la situación. Y me suena tan lejano. Suena a tardes adolescentes en el otro hemisferio del mundo. Suena a ir en un autobús de mala muerte de regreso a casa de mis padres. Yo con un audífono, y tú con el otro. Haciendo caso a la canción y riéndonos de nuestras infantiloides caras con resaca. Borrachas de estupidez. De ver quién aguanta más con la boca llena de mentitas picantes. De retroceder una y otra vez la misma canción del cassette con un mordisqueado lápiz bic.

Vuelvo. Tiro la cadena, Bob sigue. Salgo del “metro cuadrado de la intimidad”, arrastro mi maleta y afuera una octogenaria mujer que viste como “prototípica turista moderna” se queja, y alega algo. No tengo idea qué. No se de qué nórdico lugar proviene su sonante lengua. Pero la entiendo. Seguramente se está quejando de la frialdad y modernidad robótica de las instalaciones. ¡Y claro! No entiende; tiene ochenta y tantos años. Yo la entiendo. No entiendo nada. No entiendo qué hace Bob sonando aquí. Pero a la octogenaria sí que la entiendo.

Lavo mis manos haciendo uso del moderno despliegue sanitario, alzo la vista y miro al frente. Ahí estoy yo. A unos metros, la vieja nórdica vestida de moderna. Sacudo mis manos, sonrío, me acerco a la abuela, y le doy un tibio beso “Te entiendo”. Al parecer ella no, pero sonríe y sus ojitos de cristal brillan.

Tomo mi maleta. Y Bob me reafirma: “Don't worry about a thing, Cause every little thing gonna be all right”.

miércoles, 20 de octubre de 2010

InterView


Adelante. Tome asiento por favor.

Gustavo sonríe tranquilo, se sienta y por una milésima de segundo no recuerda donde está, se le nubla la vista, siente que es ligero y voluble.

Frente a él su entrevistador lee en voz alta sus datos curriculares.

Gustavo no traduce el palabrerío, sino que está inmerso en la contemplación de un vaso de agua a medio llenar que contiene huellas digitales y restos de lápiz labial.

Lo del labial le trae recuerdos a su mente y de pronto se siente un poco excitado.

Y bien Gustavo; me gusta. Es el mejor candidato hasta ahora.

Aquí no pone nada respecto a sus pasatiempos. Hábleme de usted, de su vida, de sus inquietudes.

Gustavo alza la vista y enfoca.

La mujer se quita los lentes, refriega sus ojos, fija la vista en Gustavo:

¿Es usted feliz Gustavo?

Gustavo mira hacia la ventana. La mujer aprovecha el momento en que no la ve y saca rápidamente un poco de cocaína de un cajón de su escritorio. Tira los lentes al suelo y mientras los recoge inhala un montoncito de su rodilla. Luego la lame y por una milésima de segundo no recuerda donde está. Se le abrillanta la vista, siente que es ligera , voluble y que tiene el mundo a sus pies.

Gustavo está explicándole algo mientras contempla la ciudad a través de la gran ventana del despacho.

La mujer no traduce palabra, la verdad es que no le interesa hacerlo. Se levanta, se acerca a Gustavo -que habla dándole la espalda- y fija su vista en una diminuta marca rojiza que el candidato tiene en su camisa.

Quiere creer que son restos de lápiz labial y el sólo juego la excita. Inhala y siente un olor tibio que la sonroja.

Suena el teléfono y el sonido corta el aire.

Gustavo calla, recapacita y gira. La mujer habla segura “Estoy ocupada. No…a nadie más”, cuelga el teléfono y bebe un poco de agua.

Gustavo ve el roce de sus labios en el vaso y siente que está a nada de perder el control. Y no le importa, vive de esto y lo disfruta.

“Tu pagaste por esto, tu mandas. Es tu fantasía y ya imaginarás perfectamente cual es mi pasatiempo favorito”.

Ella mira el reloj, abre la ventana y enciende un cigarrillo. “En cinco minutos se va la recepcionista”.

Son cinco minutos de un silencio que impacienta. Gustavo mira el vaso una y otra vez. Se afloja la corbata y no cree poder soportar más ese teatro.

Ya se han ido todos. Y en cuestión de segundos ella tiene la respiración de su entrevistado en su oreja. “Puto de mierda”, piensa. “Puta de mierda” piensa él.

El vaso tiembla…y está ,efectivamente, medio vacío.

martes, 5 de octubre de 2010

FaCe FooD


Todo el mundo, o mejor dicho mis conocidos, hablaban de ello. Estaban dentro, parecían felices y comentaban en códigos comunes.

Mi vida transcurría entre los estudios y el departamento de mamá. A veces tenía trabajos esporádicos que consideraba tristes y mecánicos; en un MacDonald´s, vistiendo el horrible uniforme y relacionándome con gente pasajera, la mayoría inmigrantes.

Yo soy local, soy catalán y vivo en Barcelona, una ciudad cosmopolita, invadida por gente de todos los colores y por una suerte de chapa de “mente abierta”. En esta ciudad, se dice, siempre están pasando muchas cosas. Pero en mi vida no.

Mamá lleva años sin salir de casa, dice que no vale la pena. Vivimos con lo que nos deja mi padre cada mes. También yo aporto algo de mis esporádicos trabajos en el puto MacDonald´s.

Papá nos dejo cuando yo tenía 12 años. Hoy vive con un cubano, que es su pareja. Sí, papá resultó ser gay. Y eso supuso una frustración insoportable para mamá. Perdió el interés por el mundo, por las personas y, sobretodo, por el género masculino. Yo soy el hombre de su vida, me dice constantemente. Tengo 29 años y aún no puedo irme de casa. Mi vida transcurría entre los estudios y el departamento de mamá.

Y bueno, ya que mis conocidos hablaban de ello, y que en mi vida no pasaba nada, decidí hacerlo. Cree mi perfil de facebook y al ver que no tenía amigos a quienes agregar, decidí poner la fotografía de un chico guapo y comencé a enviar muchas invitaciones.

El chico de la foto era atractivo; un tipo al que todo el mundo quisiera tener como amigo. Entonces, ahora sólo me quedaba esperar.

Salía de mi turno del MacDonald´s y el mundo me parecía más interesante. Ya no se trataba solamente de llegar a casa y comer la tortilla de patatas de mamá. Ahora había un mundo nuevo por descubrir.

Fue en esa suerte de “mundo” cuando la “conocí” a ella. Cayó en la trampa y noté desde el primer Chat que era una chica fuera de lo común. Era curiosa la muy perra, como todas. Y se que en el fondo siempre fantaseaba pensando en mi misteriosa personalidad.

Mi vida adquiría más sentido. Y mis sueños nocturnos ya tenían una protagonista. La sonriente chica de las fotos de su perfil.

Tamara era muy guapa, una morenaza delgada que parecía muy feliz en todas sus fotografías. Era azafata y - qué coincidencias!- era cubana.

Tamara se conectaba cada noche y sus modosas costumbres latinoamericanas, la obligaban a ser siempre atenta conmigo. Lo que a mi me encantaba.

Al parecer, comenzaba a obsesionarme. Tenía que conocerla. Vivía en Barcelona.

Se que yo le gustaba, se que cada noche se conectaba esperando encontrarme. Sé que estaba más sola que una mierda en esta ciudad de plástico. Y sé, que llevaría al menos 6 meses sin follar. No se cómo explicarlo, pero es una cualidad que tengo, percibo a la gente cuando no folla. Aunque no la tenga enfrente. Es un don que comencé a desarrollar cuando papá se fue de casa.

En el MacDonald´s este don se agudizó más. Cada vez que un cliente me pagaba su cheese burguer con doble queso, lo sentía. Fue así como comencé a desarrollar una interesante teoría sobre la estrecha relación causa-efecto que existe entre una cheese burguer y la abstinencia sexual. Era inequívoco. En fin. Vuelvo a Tamara.

La chica siempre sonreía, pero en cada foto su mirada era la misma. Tenía miedo esta mujer. Pero ese miedo a mi me encendía. Tenía que conocerla, pero sobretodo, tenía que hacer que ese miedo se agudizara aún más. Me la quería follar, vamos.

La cubanita muchas veces desaparecía de la dimensión facebook, ya que tenía largos itinerarios de vuelo. Eso de que no tuviera los pies en la tierra por mucho tiempo, me generaba una hermosa metáfora. Cada vez que viajaba le planteaba románticamente mi metáfora, y a ella parecía encantarle. Típico de los latinos, son todos babosamente románicos. El novio de papá es insoportable, llora con la publicidad que hace Coca Cola en navidad. En fin. Pero con Tamara descubrí que soy un galán. Un galán nato.

Hubo un antes y un después en nuestros chats. Fue con la llegada del otoño. Tamara llegaba de Shangay, y definitivamente algo había cambiado en ella. No contestaba mis saludos. No comentaba los temas románticos que ponía en su muro. No me decía “buenas noches guapetón”. Tamara ya no me quería. Y yo, sentía que perdía mis poderes de galán.

Mi vida volvía a tornarse gris. Y aún no había podido conocerla.

No tuve más noticias de ella. Llegaba el invierno, desaparecían los turistas multicolores y las suecas borrachas. Se acaba la promoción de helados en Mac Donalds. Todo se volvía triste. Y la tortilla de patatas de mamá perdía encanto.

No se cuánto tiempo pasó, quizá un mes. Cada noche la buscaba en el Chat. Pero Tamara no respondía. Algo estaba pasando, y yo no estaba adentro.

Un fin de semana, tuve que cubrir un turno extra en el MacDonald´s del aeropuerto. Odio los aeropuertos. Odio al puto Mac Donald.

Estoy ordenando los billetes de la caja cuando oigo una dulce y cantona voz.

“Una cheese burguer doble para llevar”. Alzo la vista. Era Tamara. Y frente a mis ojos se rompía mi elevada teoría de la estrecha relación entre la hamburguesa con queso y la sexualidad. Era ella. Y no tenía esos ojos temerosos. Era ella y parecía feliz. ¡Era ella y no sabía quien carajo era yo! Era yo, con mi uniforme, y ¡No era un galán!

La muy perra.

Me borré del puto facebook y del puto MacDonald´s. Ahora cuido abuelos en una residencia. Y estoy desarrollando un nuevo don, que seguramente dará con una perfecta teoría.

miércoles, 2 de junio de 2010

Strawberry FEELS forever


Acababa de untar mis tobillos con mermelada de fresa. ¡Que bien se veían!, que brillo y que exquisita sensación; la obra estaba acabada, los contemplé con ternura mientras chupaba el resto dulce de mis dedos cuando sentí el extraño temblor. Quedé un tanto paralizada, relamí mis labios buscando restos de fresa, y nada, media vuelta, tantear con mis manos hasta dar con el teléfono y ver la hora. 4:22 am.

La cama ya no era suave, y la temperatura no era la agradable. Los segundos pasaban, y no había manera de volver a dormir. Como una suerte de delirio comencé a recordarlo todo, no había forma de controlar mis pensamientos, y aparecías tú, y tú una y otra vez.

No lo pude evitar; lo siento, pero tuve que vestirme y salir. Ya me habías advertido, pero mi curiosidad podía más. Siempre puede más.

Busqué algo de ropa, y pensé en fumar un cigarrillo y meditarlo tranquilamente en la terraza, contemplando las luces y sintiendo el silencio; pero perdona. Lo siento, no fui capaz. Ni cigarrillo, ni meditación, ni mierdas.

Ni siquiera, (pude constatar más tarde) me dio tiempo para ponerme zapatos. Bajé las escaleras apresurada (evité el ascensor, temí encontrarte), y me lancé, descalza sobre la acera.

La calle estaba vacía y claro (¡como no!) había una grotesca luna llena que daba a todo una apariencia extraterrestre.

Llegué a la esquina y el semáforo estaba en azul. Un estornudo estridente llamó mi atención. Busqué el origen del sonido y no había nada. Di media vuelta y comencé a correr con todas mis fuerzas, en un momento creí que había adquirido forma de bicicleta. Pedaleé sobre mi ser y mis orejas hicieron de rápido volante. La acera ya no estaba, ahora era tierra seca y polvorienta. Un tanto amarillenta. Recordé el “camino amarillo” de aquel parque al que solíamos ir cuando éramos pequeños. Más y más distancia. Recorrido.

Ahora el suelo era húmedo y fangoso. El olor a tierra húmeda despertó aún más mis sentidos y los recuerdos continuaron. Jadeaba pero no sentía cansancio. Los primeros rayos del alba convivían con la luna. Me detuve; mas recuerdos: mi mano pequeñita sacando un helecho silvestre de raíz. La tierra húmeda goteando por las raíces ¡Cómo me gustan las raíces! Me unté con la raíz como si fuera una esponja. “¿Te gusta mamá?”. “Otro helecho más, buscaremos sitio en el jardín”. No es un jardín, es mi selva. Le di mi ofrenda y continué mi trote lunar.

Llegué al claro que hacían unos matorrales, me desnudé y comencé a ver el brillo entre las hojas. Sabía que tarde o temprano vendrías.

Creo que comencé a dormirme. Sentí la brisa fresca y se me erizo la piel. Me acurruqué sobre mi misma y esperé.

Sentí un manto de tibieza. Ya pude descansar. Me cubriste con un manto de fresas, me diste un beso en la frente. Lo demás ya no importaba. Gracias.

jueves, 8 de abril de 2010

Borrón y CuEntA NUEVA


A medida que pasaban los minutos, sentía como si algo superior estuviese jugando con nosotros. Como si hubiese abierto el libro de pequeños episodios, que para mi tanto habían significado, y con una goma de borrar gigante fuese borrando pequeñas viñetas y situaciones. Qué más tarde, comprendería, habían sido un montaje más.

Y es que luego de la euforia inicial no podía ni reconocer su mirada, y sólo oía gritos exagerados y falsos, que pretendían actuar una emoción (montada, pude comprobar más tarde). Mientras, brindábamos una y otra vez como si estuviésemos actuando para una cámara o para un programa de vacaciones, y yo me intentaba entregar a la situación; ya que me repetía a mi misma “es temporal”, “es la situación”. Y la otra chica movía las manos de forma exageradísima emulando a una diva de los años cincuenta, mientras sus ojos sin expresión se iban tornando cada vez más vidriados.

Y bueno, juguemos al show, me dije a mi misma y brindé en silencio por el absurdo. Bebí tres exactos y precisos sorbos sin parar, (tres y largos, porque en otro jueguito que me traía significaba buena suerte). Sonreí y traté de “subirme” a la conversación que se traían este par de desconocidas.

Empezaba la primavera y de pronto me ví sentada contemplando brotes de superficialidad, con una serie de florecimientos que desconocía.

¿Es un montaje?, me pregunté en mi sexto sorbo (en el jueguito que traía los sorbos iban aumentando según qué etapa, y ésta era la segunda). “Pues no querida, esta vez no”. Oí claramente la voz y la frase que acabo de escribir. Miré a las chicas que estaban a centímetros de mí, pero a muy larga distancia y constaté que ya habían olvidado mi existencia. Me puse un tanto nerviosa, encendí un cigarrillo y me reí tratando de desviar la vista hacia cualquier ángulo.

“Pues no querida”. Mierda, la voz de nuevo. Me volteé y dí con una mujer mayor, canosa, y de...cómo decirlo, de una llamativa discreción (lo sé, es paradójico pero así era). No sé cómo explicarlo, era algo así como un frasco de elegancia y de seguridad. La reconocí, la conocía desde siempre. Pero no sabía quién era.

Sonreí, y me llamó con la mano. “es que estoy con ellas...es que”. “¡No!”, me interrumpió. Me di la vuelta y ya no vi más a mis acompañantes. Seguramente estaban lamiendo la cocaína del ombligo de algun tipo, o haciéndose fotografías en plan “sexy montaje” en el baño.

Me sentí perpleja, pero segura. Stop. ¡Pero si yo había imaginado esto antes!, ¡pero si estoy soñando!, y me entró un ataque de risa desaforado, llamé al camarero y dije; este es mi bar, ¡yo invito!. Recibí un aplauso unánime. La mujer canosa entró en mi contagio y comenzó a hacerme cosquillas.

Me subí a la barra y ordené a todos hacer lo que les diera la gana.

Me sentí salvaje y auténtica. Caminé descalza sobre el pan con tomate. Esparcí aceite por la barra y fuí la primera en inaugurar el concurso de salto y deslizamiento sobre aceite de oliva y pimienta. La gente aplaudía y de poco entraban en el juego. La mujer canosa se desnudó y hubo una cascada de destellos multicolores. Sí señores, lo aseguro, tengo testigos. La mujer ésta brillaba. Eso no era un cuerpo; eran luces.

Y se respiraba algo así como un trance eufórico. “Más, más, más”. Pero lindo, infantil, sano, aunque crean lo contrario. “¡Más, más, más!” Y se oía música improvisada que provenía de tenedores, platos, burbujas de cerveza y chocar de vasos. Suspiros y más suspiros.

Todo melódico. Extásis. Jolgorio. Y yo jugando, y la gente riendo. Y la mujer canosa derramando luces coloridas por todas partes.

De pronto, sentimos un temblor. De pronto todos callaron, y el ambiente se impregnó de miedo. ¿Dondés estás?, comencé a buscar a la mujer canosa. Alzo la vista y veo un agujero en el techo. Algo gigante y blanco lo atraviesa. No lo creo, esto me supera; es una goma de borrar, parece una nave espacial, ¡Qué alguien encienda la luz!

Borrados.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Angeles


Día duro, pero ya acababa. Ya había pasado la tensión que siempre me suponen estas situaciones. Había expuesto mi cátedra a unas veinte jovencitas aspirantes a médico en el Hospital de Bellvitge, y de pronto tengo a un par a mi lado, hablando jovialmente de la clase, mientras esperamos el metro. Nos subimos juntas, como si fuéramos amigas de siempre, como si afuera de ese hospital y de las aulas yo fuera una más. Y siento que las chicas están más en confianza. Las miro y se me vienen mil recuerdos a la cabeza, la universidad, y “aquel entonces”. ¿Habría sido amiga o algo de éstas?; a lo más me habría acercado a ellas para pedirles algún apunte.

Noto una brecha, una especie de abismo que creo que ni mi sonrisa constante puede disimular.

Nos sentamos en el metro, las alumnas juntas frente a mi, y yo al lado de una chica de mirada inquieta, que sentí nada más entrar al vagón.

Las chicas hablan y hablan, hacen bromas, ríen, opinan de grupos del facebook (puto facebook) y me explican, ya que mi sonrisa permanece pero mi interés se centra en la chica que va a mi lado. Es guapa. Para mí lo es.

Me suena el móvil, es Jordi, sonrojo. Las chicas me miran y estoy casi segura de que la chica que va a mi lado pone atención aunque va pendiente de su móvil y no para de mover su pie izquierdo. Qué botas más guapas tiene.

“Bueno, sí, como siempre Jordi. Es que tu sabes que me pongo nerviosa”, “Eres lo más grande Eva, seguro que lo hiciste de puta madre...y qué; alguna chica guapa?”, “qué me pones nerviosa Jordi, que...voy en el metro vale?”, “qué... ¿las tienes ahí al frente?...jajajjaja, y qué; hay alguna buena?, ¡anda ya! que siempre terminas saliendo con alguna”, “bueno que te oigo fatal, te llamo cuando llegue”.

Eva está sonrojada. Y , mientras las alumnas siguen en sus conversaciones de facebook (puto facebook). La chica de al lado no ha perdido detalle. Se llama Angela y está muy nerviosa, y aunque está en mil partes, también retiene fragmentos de la animada conversación de las muchachas, “puto facebook”. Recuerda cuando estaba en la universidad y comienza a establecer comparaciones. Y se le vienen locos fragmentos de “aquel entonces” y se dice a si misma, que a lo más se habría acercado a las chicas que tiene al frente a pedirles algún apunte y que hay prototipos idénticos que cruzan fronteras.

Bueno Eva, que vaya bien. Nos vemos el próximo jueves. Adiós chicas.

Angela siente pánico. Mira el móvil una y otra vez. No entiende cómo ni porqué ha llegado al punto que surgirá en los próximos 15 minutos. El tablero es confuso y tiene todas las de perder.

Queda una estación, se come las uñas, le late el corazón a tal punto que siente que hasta su camiseta late.

Eva la siente. Y tiene impotencia. Sabe que tiene que ayudarla. Pero también sabe que le gusta.

Angela baja del metro, siente que las piernas le tiritan, busca la salida y mira al metro buscando a la mujer que tenía al lado. No está, en su lugar ahora hay un viejo.

Llega el puto momento, el puto punto. Lo ve, desde lejos lo ve. Él no. Él aún no se percata de su presencia. Él ni sabe bien quién es ella.

De pronto no oye más ruidos que el de su corazón y camina como hipnotizada. Y siente que está ensordeciendo. Y la velocidad y el tiempo son distintos. Y camina pretendiendo avanzar. Y de pronto todo es blanco, como una persiana que sube. Y en una fracción de segundos vuelve a tener la misma imagen que tuvo hace unos cinco años atrás “en aquél entonces”, es un deja vú -piensa convencida- y vuelve a ver cómo suben a una chica en una camilla. Y siente que lo ha logrado, que ha desafiado las leyes del tiempo y que se repetirá la historia de “aquel entonces”, y que mamá y papá van a volver a estar junto a la camilla; en “aquel lugar”, y le importa una mierda el dolor y las consecuencias, porque puede desafiar el tiempo y porque estarán los dos. Y sentirá, al fin, la ya olvidada protección. "Te quiero más que..."

Es ilusión, es convencimiento...es vida. Y no está esa muerte. Y ve todo desde otra perspectiva. Y se deja llevar. Y se la llevan.

“Arrollo”. “No, no presenta hálito etílico”. “Tec cerrado”. No sabemos a quien avisarle. Dice el enfermero mientras le pasa la ficha a la doctora. La doctora es Eva; camina y llega hasta la camilla, y ahí está; la chica del metro. Se le eriza la piel, se acerca, la acaricia en la frente y siente una ternura inmensa y pena, mucha pena, porque de pronto comprende perfectamente que está chica no querrá despertar allí. “Es ahora, nadie me ve: tengo que ayudarla”.

jueves, 25 de febrero de 2010

¿Vivimos en una piña? ¿debajo del mar?


Mira...Bob Esponja. ¿Conoces a Bob Esponja?, “Esponch Bob”, lo tiran ahora por la tele. Un tío amarillo y cuadrado.

Bueno; tú eres como Bob Esponja. Bob es una esponja y eso es lo que tienes que hacer tú ahora. Lo que ellos quieren que seas.

Que tú, como esponja, absorbas todo y luego, mmm (largo y pronunciado “m”) instaures ese programa informático.

Curva, curva. A la izquierda, de nuevo curva. Afuera está gris. Curvilíneo pero gris.

La voz dominante persiste y continúa dando instrucciones severas de vida a la “supuesta” Bob. Escucho atenta, no quiero perder detalle de este absurdo sorpresivo. De pronto la voz instructora se hace más y más fuerte. Está cerca, más cerca. “¿Alguien tiene una bolsa?”, dice clara, potente y con su mirada mirándome fijamente. Es una sargento de temer y tiene un aire de Boy Scout. “¡Es que quiere vomitar!”.

No. No. Eso no por favor, ¡vómito no!

Coincidencia, ¡pero si ayer estuve hablando de esto! De vómitos y de bolsas. De recuerdos infantiles, de aquella chica que una vez me vomitó antes de entrar a clases, y del consiguiente trauma que implicó en mi desarrollo como humana (¿o como esponja?).

¡Que si tienes una bolsa mujer!. Mierda ahí está la sargenta y de pronto oigo el segundero del reloj que hace un tic tac de pre-bomba.

Me entra el pánico vomitivo. Curva. Hurgo deseperada mi bolso y ahí está: la bolsa. La bolsa que ayer se estrenó con un producto de alto nivel, y que hoy comenzaba a trabajar de portaparaguas. Una bolsa joven, soñadora, llena de espectativas e ilusiones.

Miro a la bolsa y mentalmente le digo; “lo siento”. Le doy la bolsa a la sargento y la coge apresurada. Es que “La Bob” está que vomita. Me volteo disimuladamente y la veo. Es una chica con pinta debilucha. Y sí, tiene un aire a Bob, pero a un Bob blaquecino y desteñido, no amarillo.

La voz instructora sigue y dice en un tono aún más imperativo: respira hondo. Piensa en la nieve. (¿Calmará las náuseas pensar en la nieve?). En el pescado que tanto te gusta. No, en el pescado mejor no (flaquea un poco la voz instructora).

Falta poco para llegar a destino. No se oye arcada alguna. La Bob lo está logrando.

Hemos llegado. Huele a alivio. Pero en mi cabeza, y en el fondo de mi corazón pienso en el futuro de esa bolsa que dejé partir. En las vueltas de la vida. Y en la soledad que siente mi paraguas ahora que está solo, sin la soñadora y optimista bolsa.

Y es que en la vida o se es bolsa, o se es esponja.

domingo, 14 de febrero de 2010

Lo SienTo / SmeLLs like teen Spirit?


8:28 a.m, puntual. Busco el asiento con respaldo más alto pero no está. Entonces camino hacia el fondo del autobús y recuerdo cuando estaba en el cole. El autobús del colegio. Los chicos de atrás eran los más cool; llevaban el dominio de todo el bus, dirigían la orquesta. Desparramaban chistes, gritos, y olor hormonal de adolescencia.

Noto que mi cabeza casi choca con el tejado. Ahora soy grande.

Encuentro el ángulo perfecto; la ventana, el rincón.

Me acomodo y me dispongo a emprender el viaje cuando siento un vomitivo olor que impregna el espacio. Me siento invadida.

Constato de que a mi lado se ha sentado un vagabundo. Sí, ese mismo que imaginé retratar días atrás. Semanas atrás quizá. El tiempo me confunde.

El olor es insoportable, denso y arcaico (porque puede producir arcadas y porque de seguro es muy antiguo).

Nos separarán sólo centímetros. El hombre está serio, quiere aparentar normalidad, pero tiene una mirada demencial.

Me mira, abre un periódico (quizá el mismo que habrá usado de cabecera la noche anterior, en ese cajero en plena avenida de fiestas de turistas y jóvenes sedientos. Sí estoy segura que en ese mismo cajero). Se lo acerca exageradamente al rostro y posiblemente lee. O eso aparenta. O eso aparentamos muchos cuando nos acercamos un periódico que muchas veces sirve de máscara o de mantita de la invisibilidad.

El olor me inquieta, me molesta. Lo miro con el rabillo del ojo, lo huelo con todo mi ser, contra mi voluntad.

Me genera repulsión y a la vez comprensión y empatía. Me imagino que me contamina, no quiero. Me siento fría y banal (mierda... en este preciso instante está mirándome fíjamente, observando con descaro mientras escribo). Lo huelo. Lo siento. Siento ser así. Siento el olor. Siento asco. Siento, el asiento, me siento. Me contamina, lo está haciendo.

Me imagino que tiene piojos evolucionados y radioactivos que pueden saltar a mi cabeza buscando venganza, porque de seguro ese tipo de piojos tiene un nivel de fortaleza y evolución superior que los hace capaces no sólo de habitar en la superficie de una cabeza, sino de meterse dentro de ella: ¡de leer mentes!

Me la leen a mi, lo se. Lo siento. Me están leyendo la mente en este preciso momento y saben mi sensación de asco.

A ver, ahora yo miro con el rabilo del ojo. El tipo está perplejo y congelado leyendo un anuncio de supermercado con la nariz pegada al periódico. Este acto definitivamente viola su disimulo de “normalidad”. Cae algo, es una botella. El hombre la coge y hace ademán de ofrecerme, no se que mierda me dice porque no logra modular.

Ahora voltea y en este preciso momento está mirándome. Esto de verme escribir no lo deja indiferente. Le molesta. Lo siento. Lo huelo.

Uf, como apesta este hombre. Quiero ya salir de este rincón. Pero cómo. Estoy atrapada aquí y atrapada en “el otro”. En ese querer aceptar a este maloliente hombre que quién sabe que historia arrastra.

El autobús para. Mi vista recorre las cabezas y choca con un cristal. Choco con mi imagen ¿soy yo?, casi lo olvidaba....

Retrocedo a mi ángulo, a mi rincón, y el hombre se apoya en señal de malestar y debilidad contra el respaldo del asiento delantero. Espero que no esté mareado. Diría que está mareado. Sí, esta mareado. Hay algo que lo descompone. Alza la cabeza, me mira. Lo miro con los ojos bien abiertos e intentando cerrar mi nariz. Su mirada ya no es demencial. Conozco esa expresión. Me descubrió.

No lo tolera. No, esto no. Stop.

El autobús para y el hombre camina de manera violenta y desesperada a la puerta de salida. El bus lo escupe al frío exterior, parece ahogado. Yo también lo estoy. Me noto nauseabunda, busco escape y aire en la ventana, mi mirada choca con la suya. Para mi sorpresa le sonrío y le tiro un beso imaginario.

Me cagaste el día cabrón, ahora te reconozco.

domingo, 27 de diciembre de 2009

LuCía


Me levanto y el perfume pegajoso junto al olor a colillas de cigarro inundan el ambiente. Olores ajenos, olores calientes a ratos repugnantes y muy sintéticos.

Evito a hacer mucho ruido, una vez cruzado mi umbral puedo encontrarme con cualquier cosa.

“La oigo, se está levantando, hija de la gran puta, no la soporto. Es tan extraña, y se viste tan mal, no entiendo de qué va. Seguro quiere revisarlo todo. Quiero que se vaya de una vez. Qué rara que es esta chica”.

Y ahí están, los tres acostados, los tres maquillados, las fundas de lo cojines con restos de maquillaje, un pie que se escapa. El olor, de nuevo el olor. Las chicas y el “chico”. El chico depilado, el chico que sueña con un príncipe azul multimillonario (depilado igualmente), bronceado y fuerte.

“Mmm que guapo pendiente lleva en esa orejita tan rica, y que bien se viste, y qué boca. Cójeme por detrás y cómeme entero…uy sus calzoncillos son de D&G, este tipo es lo más. Quiero ser tuyo, sí todo tuyo. Eres bello, somos bellos, sí…si”.

Me miro al espejo mientras oigo los gemidos del personaje depilado. No puedo evitar reir. Estoy incómoda, quiero desaparecer. Y en mi cabeza suena un tema; una canción…no se qué mierda pero el asunto es que suena. Y me miro, y mis ojos están tristes. Y tengo pena. Y no me encuentro.

“Qué mierda hace ésta tanto rato en el baño, quizá le da por cagar y no encontrará papel higiénico…pues bien, que se fastidie, que se joda. Que se vaya de una puta vez, no la soporto. ¿Qué haremos hoy? Aiii que palo, no tener coche es de lo peor. Que desgracia la verdad. Vi unos taconazos tan guapos en la tienda, los quiero”. “Seguro arrasaré con ellos, seguro todos los chicos me seguirán con la mirada. Qué le pasa a éste. Porqué hace esos ruidos. ¡Aiiii qué asco! Intentaré dormir, pensaré en algo. En qué puedo pensar, aiiii no se. Qué complicación. Qué taconazos, los quiero, y que bien me quedarían con el mini vestido rosa”. Y con mi pelo…y con mi bronceado…y el brillo…los taconazos…los…

Qué incómodo, me da vergüenza ajena todo esto. Me da vergüenza salir del baño. No quiero verlos, no quiero olerlos. Cómo es que hay gente así.

Son máscaras, sí son máscaras, por eso tanto maquillaje. Bajo la vista y el lavamanos está lleno de polvos de maquillaje. Paso mi dedo, lo miro y me da asco. Y al otro lado de la pared se oye al chico gay balbuceando entre sueños. Sueña con D&G.

Pausa. Lucía quedó contemplando su dedo manchado de polvos “real skin” (paradojas del mercado), por alrededor de cinco extraños minutos. La ventana del baño estaba abierta, se veía la ciudad y una brisa refrescaba el lugar. El sonido melodioso persistía en su mente.

A unos metros, en el edificio de al frente un chico le daba continuas caladas a su cigarro mientras se deleitaba contemplando a la muchacha que no encontraba su rostro en el espejo. Lucía estaba siendo observada. Y de alguna manera lo sentía. No se podía convencer de estar en total soledad y sin complicidad en un momento así. Eso rozaría la locura, necesitaba testigos.

Lucía chupó su dedo y al tacto de la saliva el polvo se convirtió en una especie de témpera. Se miró al espejo y trazó una continuidad de sus comisuras en forma de sonrisa. Rió sola y se burlo de sí misma, de la situación y de la soledad.

Una suave y placentera caricia recorrió su espalda, sintió cariño y placer. Sintió que realmente había alguien ahí. Suspiró en automático. Y al darse la vuelta coincidió con su espía.

El chico ruborizó y sonrió con unos ojos brillantes, la llamó con la mano. “Al fin sabe que existo”. Fue ahí cuando Lucía tuvo la absoluta certeza de que era un sueño, de esos pocos que había tenido, sobretodo de pequeña, cuando al fin descubría la trampa y caía en la cuenta de que podía controlarlo todo. Volar, tocarse, quemarse; ser dueña; ser libre. Salvajismo sin testigos, sin tapujos, sin moral.

Sintió una sobreexcitación. Euforia. Se desnudó, esparció restos de maquillaje por todo su cuerpo. El chico la miraba animado y hacía figuras con el humo del cigarrillo. Mientras, Lucia mojaba su cabello y movía la cabeza acariciando y humedeciendo su espalda como si se preparase para un ritual. Las figuras de humo eran cada vez más nítidas. “ V E N” escribían en el aire.

Ya preparada, ya salvaje, ya dueña de esta historia saltó la pequeña ventana del baño y comenzó a correr dando alaridos por la asoleada terraza que separaba los edificios.

El sol era intenso, los rayos mejores a cualquier sueño anterior. Su carcajada desenfrenada tenía la melodía que venía escuchando mentalmente hace días. El horizonte era luz. Luz resplandeciente y colores claros y brillosos. La terraza acabó. Dio el gran salto.

¡Cómo lucía Lucía!

...Fue su último recuerdo.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Y POR QUÉ NO?


Flavia sostiene con firmeza el resbaladizo vaso empañado y traspirado por el hielo. Hay humo. Le molesta. Piensa en que debería haber comprado un paquete de cigarrillos; que es preferible consumir su propio humo antes de comerse el de todo el bar. Pero bueno, así está Flavia, cerca de una pared, parada de manera segura, con la cadera levemente inclinada hacia un lado, y luego hacia otro. Y va intercalando con la música: izquierda, derecha. Izquierda, izquierda. Derecha, derecha. Se percata al fin de ese movimiento y comienza a juguetear con ello. Y un sorbo y otro sorbo, y ya va quedando sólo el hielo. Y el reloj. Y el móvil. Y no hay ninguna llamada. Y bueno, habrá pasado algo. Qué raro tanto retraso. Nada, tranquila.

Mira pero no observa, mira pero sólo quiere ver lo que se espera encontrar. Pero no llegan nunca. Y va a la barra. Otro vaso resbaladizo y ahora mira a los ojos del chico de la barra. El mismo de antes. El mismo al que había “mirado” antes. Pero ahora le interesa, ahora identifica unos ojos que le resultan simpáticos y los hace chocar con los suyos.

Un detalle; Flavia cuando mira con determinación, cuando digamos que “observa”, no deja indiferente. O encanta o, da miedo. Y a veces las dos cosas. Está vez su mirada estaba un tanto vidriosa. Miró al chico y ese sólo gesto se materializó en una sonrisa de parte de él ; en llenar tres cuartos del vaso con un wisky de mejor calidad; en coronar con una bombilla y en elevar con un “yo invito”.

Por un momento Flavia sintió como si parte de su piel se disolviera. Y se le escapó una sonrisa única. Dio media vuelta. Mientras, el chico la miraba de pies a cabeza y constataba una incómodo bulto en su pantalón que, por fortuna, la barra cubría.

En tanto, una pareja se besa. Se besan con libido explícito. Y Ana los observa desde una esquina, mientras aspira con delicia su cigarro. La imagen comienza a hacerse divertida para Ana. Le gusta espiar a la gente, le gusta jugar a que es un fantasma. Le gusta ver situaciones íntimas, le da un placer único y muy oculto. Esto, no se lo comentará nunca a nadie.

La pareja se besa y de pronto la escena se ve interrumpida por una chica que los mira con rabia y pone un trozo de globo reventado en el hombro del chico besador. Otro, que anda por ahí dando saltos bailarines, cree que es un juego; va borracho y comienza a molestar a la pareja. A ellos les da igual, están entrelazados en una intensidad que los ciega.

El borracho bailarín, como toda persona civilizada, tiene un nombre. Pero le gusta presentarse (sobretodo cuando va ebrio), como “Conde”. ¿Conde? “Sí guapa, es que soy noble, y ya verás que soy noble”. Y Ana sonríe mientras expulsa el humo y piensa “payaso”.

La pareja sigue en lo suyo. Se comen, se aprietan, se rozan. Ana disfruta de su suerte de espionaje. Conde transpira alcohol y mueve la cabeza emulando a un rock star. Su pelo salpica. Una gota llega a el labio superior de Ana. “Qué asco. Jugoso el payasito de mierda. Que ni se me acerque”.

Conde comienza a caminar hacia la barra, busca entre sus bolsillos. Se mueve de un lado para otro. Tiene una sonrisa estúpida en la cara. Sus ojos son incapaces de enfocar: de mirar.

“Un wisky”. “¿Y otro para mi acaso?” se oye un susurro muy cerca de su oreja. Se voltea y tiene ante si, otros ojos muy vidriosos e intensos enfocando a su pupila como si se tratara de un tiro al blanco. Ese momento se le presenta como de lucidez absoluta. Flavia contraataca.

¡Salud! Chocan los resbaladizos vasos y comienzan un dialogo de ojos. “Pensé que ya no venías”. “¿Venir aquí?. Vengo a menudo. No entiendo.

“Pero es que la idea era partir temprano”. No te entiendo. “Sí, ahora por tu culpa voy más borracha de lo que esperaba. Bueno, invítame la última copa y llévame a casa que ya no aguanto más”.

Llevarte a dónde, no se quién eres ni dónde vives. No te entiendo. De pronto Conde no lo está pasando muy bien, esta chica le da miedo. Lo que empezó minutos atrás como un juego de borrachos ahora parece una pesadilla. Pero no se puede permitir abandonar la situación.

Vamos, me quiero ir. Flavia se siente genial, aunque para el resto de la gente no lo está. Sus ojos delatan. Va camino a la puerta de salida. Aprieta la mano de Conde que la sigue como hipnotizado y sin cuestionamientos. Hace una pausa. Lo empuja hacia la pared. Lo comienza a besar con desenfreno, pero sobretodo con rabia, con mucha rabia. Conde flota, hierve, sube, baja. Sí si, vamos por favor le dice entre besos mojados.

Es la misma pared, en la que horas atrás se apoyaba impacientemente y miraba el reloj. Y ahora no le importa nada. Todo le importa una mierda. Estoy genial, se repite una y otra vez.

Me encanta, qué chica, me la voy a comer. Me siento genial.

Así que el payasito consiguió presa. Ana mira desde la puerta de salida. Y siente un poco de rabia. Se siente sola y ahora no le da placer ver a Conde y esa chica sin rostro.

Ana comienza a hacerse cuestionamientos, da inicio a un bombardeo mental. “¿Y por qué no?, aquí nadie me conoce. Qué importa. Van todos borrachos. Es que me gusta, lo deseo, me recuerda alguien. A quién engaño…bla, bla bla”. Camina, coje a Flavia y a Conde de la mano. Sonríen. No hay cuestionamientos. La música no permite palabras. Ana encabeza a fila, Conde la sigue, disfruta, se ríe. Y Flavia está genial. Y punto.

Al otro lado del bar, el chico de la barra observa la escena. Las tres figuras desapareciendo por la puerta de la sala. “Ahí van”. Y comienza a imaginar. Y de nuevo el bulto en el pantalón. Y sonríe mientras le llena la copa a un comensal. Y se repite mentalmente:”¿Y por qué no?”.