martes, 10 de febrero de 2009

El Liberty


EL LIBERTY

Ya había pasado algo de tiempo, y el punto de partida había tomado distintos rumbos, pese a lo poco que se veían, permanecía un lazo…una especie de “cable red” que mantenía cierta confianza y complicidad.

Como si el entramado así lo tuviese previsto de antemano, bastó una llamada angustiosa y nocturna, para que a la mañana siguiente ambas tomaran un bus rumbo a Valparaíso.

El viaje, si bien duró alrededor de una hora, fue sustancioso en cuanto a la cantidad de detalles y vivencias pasadas que se confesaron.

Pese a la gravedad de algunas confesiones, el humor siempre acompañaba a ella y Ester disfrutaba de eso.

Ella, a quien llamaremos Ondina en este relato, no tenía idea de la razón de su viaje. A modo de escape se encontró con esta oportunidad e hizo valer la coincidencia de haber deseado visitar el Puerto, que tanto le gustaba.

Mediodía en Valpo, Ambas bajan del autobús… “pisan tierra”: El día está brillante, Ondina siente y percibe que es un día de vacaciones, de los que nunca tuvo el verano pasado, y juega con la idea. Se trata, objetivamente, de  un excepcional día de invierno.

“Necesito un banco” dice con su natural toque de misterio Ester, quien recién confiesa que pretende cambiar un cheque en la brillante ciudad.

La idea parece absurda para Ondina, quien de antemano supone que el “trámite no resultará”. Así es, Ester con ojos caprichosos y llorones siente en el alma no haber cobrado el cheque en su momento.

Cambio de juego.

La ciudad mezcla variados aromas, comienza el vagabundeo de ambas por calles, subidas y bajadas colorinches, que Ondina siente “florean el pecho”. Ester aparenta estar desconcertada, pero no logra engañar. Ambas sabían que estar ahí era haber escapado a otra posibilidad sólo por un día. De esta manera no jugarían solas. Había que descubrir algo especial.

El olor a pescado impregna el caminar, buscan algo, pero sin saber qué. Se escudan en la idea de “tomar una chela”. Recovecos y más recovecos, sol y mujeres que aparecen invitando un “almuerzo chiquillas, pasen por aquí”. Nada; querían un lugar para disfrutar una cerveza en paz, y de paso continuar la reconstrucción de episodios que quedaron pendientes en el viaje.

Una plaza escondida, unos abuelos vagabundos, el sonido del mar presente. La plaza, la esquina, la esquina, la plaza. Tic, tic, tic y un punto que las llama: “EL LIBERTY”.

Risueñas y algo emocionadas -era lo que silenciosamente ambas buscaban- se asomaron al lugar; un barucho del siglo pasado, con miles de detalles encantadores (para sus ojos). Punto ajeno e independiente que permanecía y existía. Era el armario, el agujero, el portal, en fin.

Con un “caset” de tango añejo y “gorrionoso” (que desafinaba de manera singular), cerveza y cigarrillos comenzó el show.

Par de intrusas ajenas, gozaban espiando el comportamiento de aquel onírico alrededor. Una anciana, “la Madama”, refunfuñaba mientras se zampaba vasos de tinto, escabullendo un plato de tallarines masamorrientos que tenía al frente.

El mesero sonreía con una especie de complicidad y simpatía hacia las “lolitas”. Otra mesa “más allá” un grupo de vejetes hilacheros reían. “Estamos en nuestra salsa”, comentaban ambas, como quien comete una travesura placentera.

El lugar parecía sacado de otro mundo, de otro espacio y contexto. Resulta casi imposible describir tantos detalles y tanto kitcherío, que no colgaba ni adornaba al azar. Todo tenía un orden secreto, simbólico y significativo, cada pieza tenía un pedacito de alma de quien sabe quién.

Ya no son invisibles

De pronto surge un nuevo personaje, “hola  señoritas, me presento” dijo un tipo con nariz pimentona morrona que escondía sus lagrimones ojos tras anteojos oscuros, “soy la joya del pacífico, mucho gusto”. Extendió su mano con respeto cursi de antaño y comenzó a sacar roñosos papeles que acreditaban, según  él, su lentejuelezco y glamoroso pasado.

Terminada su especie de disertación, la Joya, se despidió con un intenso grito melódico del tipo Lucho Barrios. Las “señoritas” se miraron con una desfiguración facial que suponía sorpresa.

El día continuaba, al Liberty entraban vagos con sacos, una señora con una especie de retardo mental que cuidaba autos en la cuadra, y que -al parecer- llenaba su propio tanque con pipeñón turbio de tanto en tanto. De paso aprovechaba de mendigar monedas para un pancito; el problema es que lo hacía con una prepotencia insoportable, que a algunos asustaba.

Ester y Ondina seguían ahí, ajenas y confesando paralelos anteriores, la comparación era irresistible. Los contenidos sorprendentes, pero para un tercero.

¡Salú Amiga! Y aparece otro personajón del lugar, un tipo trajeado (pero a la mala) con un aspecto muy comparable a Juan Zablazo (de Condorito), el fanfarrón se acerca cancherísimo y jovial. Trata de meter conversa. Al parecer las espiaba de antes y captó parte del secreto juego.

Luego de bromear  probándose los anteojos de una, sentenció serio: “yo las admiro chiquillas, yo vengo acá porque no le temo a los tajos…pero ustedes no se cómo”. Los ojos de Ester se redondeaban buscando alguna respuesta en Ondina… “yo voy y vuelvo”, sentenció Zablazo , como queriendo decir, “escapen ahora, les doy ventaja”.

Game Over, había que huir pronto, el portal comenzaba a achicarse y afuera se escuchaban gritos de evangélicos, “Pura mierda…esos si que son pura mierda”, decía la Madama, mientras Ester cogía su bolso con seguridad y Ondina pagaba la cuenta.

Afuera el mundo había cambiado bastante…no más sensación de liberty. Se acababa el recreo de Ondina, un día similar… años atrás.