miércoles, 24 de marzo de 2010

Angeles


Día duro, pero ya acababa. Ya había pasado la tensión que siempre me suponen estas situaciones. Había expuesto mi cátedra a unas veinte jovencitas aspirantes a médico en el Hospital de Bellvitge, y de pronto tengo a un par a mi lado, hablando jovialmente de la clase, mientras esperamos el metro. Nos subimos juntas, como si fuéramos amigas de siempre, como si afuera de ese hospital y de las aulas yo fuera una más. Y siento que las chicas están más en confianza. Las miro y se me vienen mil recuerdos a la cabeza, la universidad, y “aquel entonces”. ¿Habría sido amiga o algo de éstas?; a lo más me habría acercado a ellas para pedirles algún apunte.

Noto una brecha, una especie de abismo que creo que ni mi sonrisa constante puede disimular.

Nos sentamos en el metro, las alumnas juntas frente a mi, y yo al lado de una chica de mirada inquieta, que sentí nada más entrar al vagón.

Las chicas hablan y hablan, hacen bromas, ríen, opinan de grupos del facebook (puto facebook) y me explican, ya que mi sonrisa permanece pero mi interés se centra en la chica que va a mi lado. Es guapa. Para mí lo es.

Me suena el móvil, es Jordi, sonrojo. Las chicas me miran y estoy casi segura de que la chica que va a mi lado pone atención aunque va pendiente de su móvil y no para de mover su pie izquierdo. Qué botas más guapas tiene.

“Bueno, sí, como siempre Jordi. Es que tu sabes que me pongo nerviosa”, “Eres lo más grande Eva, seguro que lo hiciste de puta madre...y qué; alguna chica guapa?”, “qué me pones nerviosa Jordi, que...voy en el metro vale?”, “qué... ¿las tienes ahí al frente?...jajajjaja, y qué; hay alguna buena?, ¡anda ya! que siempre terminas saliendo con alguna”, “bueno que te oigo fatal, te llamo cuando llegue”.

Eva está sonrojada. Y , mientras las alumnas siguen en sus conversaciones de facebook (puto facebook). La chica de al lado no ha perdido detalle. Se llama Angela y está muy nerviosa, y aunque está en mil partes, también retiene fragmentos de la animada conversación de las muchachas, “puto facebook”. Recuerda cuando estaba en la universidad y comienza a establecer comparaciones. Y se le vienen locos fragmentos de “aquel entonces” y se dice a si misma, que a lo más se habría acercado a las chicas que tiene al frente a pedirles algún apunte y que hay prototipos idénticos que cruzan fronteras.

Bueno Eva, que vaya bien. Nos vemos el próximo jueves. Adiós chicas.

Angela siente pánico. Mira el móvil una y otra vez. No entiende cómo ni porqué ha llegado al punto que surgirá en los próximos 15 minutos. El tablero es confuso y tiene todas las de perder.

Queda una estación, se come las uñas, le late el corazón a tal punto que siente que hasta su camiseta late.

Eva la siente. Y tiene impotencia. Sabe que tiene que ayudarla. Pero también sabe que le gusta.

Angela baja del metro, siente que las piernas le tiritan, busca la salida y mira al metro buscando a la mujer que tenía al lado. No está, en su lugar ahora hay un viejo.

Llega el puto momento, el puto punto. Lo ve, desde lejos lo ve. Él no. Él aún no se percata de su presencia. Él ni sabe bien quién es ella.

De pronto no oye más ruidos que el de su corazón y camina como hipnotizada. Y siente que está ensordeciendo. Y la velocidad y el tiempo son distintos. Y camina pretendiendo avanzar. Y de pronto todo es blanco, como una persiana que sube. Y en una fracción de segundos vuelve a tener la misma imagen que tuvo hace unos cinco años atrás “en aquél entonces”, es un deja vú -piensa convencida- y vuelve a ver cómo suben a una chica en una camilla. Y siente que lo ha logrado, que ha desafiado las leyes del tiempo y que se repetirá la historia de “aquel entonces”, y que mamá y papá van a volver a estar junto a la camilla; en “aquel lugar”, y le importa una mierda el dolor y las consecuencias, porque puede desafiar el tiempo y porque estarán los dos. Y sentirá, al fin, la ya olvidada protección. "Te quiero más que..."

Es ilusión, es convencimiento...es vida. Y no está esa muerte. Y ve todo desde otra perspectiva. Y se deja llevar. Y se la llevan.

“Arrollo”. “No, no presenta hálito etílico”. “Tec cerrado”. No sabemos a quien avisarle. Dice el enfermero mientras le pasa la ficha a la doctora. La doctora es Eva; camina y llega hasta la camilla, y ahí está; la chica del metro. Se le eriza la piel, se acerca, la acaricia en la frente y siente una ternura inmensa y pena, mucha pena, porque de pronto comprende perfectamente que está chica no querrá despertar allí. “Es ahora, nadie me ve: tengo que ayudarla”.