martes, 10 de marzo de 2009

El Visitante


Que lo complejo se manifiesta  mediante distintas señales y en diversos aspectos de la cotidianeidad no es gran novedad. Que el absurdo siempre da señales que traspasan dimensiones tampoco. Que haya personas que vivan cegadas y pretendiendo ignorarlo, me impresionaría, pero tampoco es así.

Cuándo tocó el timbre lo lógico hubiera sido darnos un abrazo y comenzar a hablar de nuestras vidas, pero la lógica no es la tónica de esta historia. La verdad es que creo que casi de ninguna, porque; ¡¿qué es la lógica?! O que es lo que la mayoría acuña como “normal”. Sí así entre comillas; basta de engaños, tu puedes comprenderme, supongo. Sería parte de mi “lógica”.

Abrí la puerta, me miró con unos ojos de animalillo hambriento y de desesperación, quedé perpleja, esa mirada me descolocaba. Me tocó una oreja y quedé inmóvil, pero fascinada con los gestos de placer que hacia mientras movía mis cabellos y me empujaba contra la pared de la entrada.

“Hola”, me imaginaba que decía, pero mi boca entreabierta no era capaz de articular nada. El corazón me latía y sentía un hormigueo tibio que recorría mi bajo vientre, subía por el ombligo y se posaba insistentemente en el punto de roce de sus dedos y el lóbulo de mi oreja.

No se cuanto tiempo transcurrió. De pronto me vi semidesnuda sobre un colchón viejo iluminado por los rayos de sol que entraban desde la terraza. Entregada, no se a qué, decidí no hacer cuestionamientos, el juego me tenía fascinada y la rareza me atraía.

Pensé que podría hacer lo mío, que estaba en mi derecho de aportar en esta inusual situación. Busqué mi cámara fotográfica y comencé a enfocar -por difícil que pareciera- sus ojos. Lucían maravillosos, envidriados, extasiados, fuera de este lugar. Creo que no había visto nada similar.

Él se dejaba retratar y al parecer le provocaba otro tipo de placer, que a ratos le sorprendía; bueno es lo que pude advertir con los sonidos que emitía.

Vaya personaje,  “qué mierda estamos haciendo”, me repetía como si hubiese un espectador mirándonos desde un lugar y como si yo quisiera aparentar normalidad y decir “sí, la verdad es que es todo  muy extraño”, pero nada, no había espectador, no debía rendir explicaciones a nadie. Aquí mando yo, juego a ser dueña de mi misma, es un espacio entre tantos paralelos más, y es mío, yo lo he aceptado y lo estoy construyendo.

Ahora calculo que pasaron cerca de dos horas de extraños y nuevos rituales, de rayos solares, de calidez, de silencios ruidosos, de enfocar ojos, de extasiarme haciendo clic, y de aguantarme risitas de mi otra yo.

Bueno, ya basta de juegos. Aparté la cámara fotográfica y me paré, me acomodé la ropa cómo pude y dejé de mirarle a los ojos, caminé hacia la puerta y la abrí. Afortunadamente mi cómplice entendió todo. Salió, se dio media vuelta y extendió su brazo hasta dar con sus dedos en mi oreja. Punto de inicio. Lo miré fijamente, lo aparté, esbocé una sonrisa y cerré la puerta en sus narices. Hasta la próxima. Adiós.

Caminé hasta la terraza, prendí un cigarrillo y boté el humo justo en el momento en que pasaba un tren. Qué cotidiano.