domingo, 29 de noviembre de 2009

Y POR QUÉ NO?


Flavia sostiene con firmeza el resbaladizo vaso empañado y traspirado por el hielo. Hay humo. Le molesta. Piensa en que debería haber comprado un paquete de cigarrillos; que es preferible consumir su propio humo antes de comerse el de todo el bar. Pero bueno, así está Flavia, cerca de una pared, parada de manera segura, con la cadera levemente inclinada hacia un lado, y luego hacia otro. Y va intercalando con la música: izquierda, derecha. Izquierda, izquierda. Derecha, derecha. Se percata al fin de ese movimiento y comienza a juguetear con ello. Y un sorbo y otro sorbo, y ya va quedando sólo el hielo. Y el reloj. Y el móvil. Y no hay ninguna llamada. Y bueno, habrá pasado algo. Qué raro tanto retraso. Nada, tranquila.

Mira pero no observa, mira pero sólo quiere ver lo que se espera encontrar. Pero no llegan nunca. Y va a la barra. Otro vaso resbaladizo y ahora mira a los ojos del chico de la barra. El mismo de antes. El mismo al que había “mirado” antes. Pero ahora le interesa, ahora identifica unos ojos que le resultan simpáticos y los hace chocar con los suyos.

Un detalle; Flavia cuando mira con determinación, cuando digamos que “observa”, no deja indiferente. O encanta o, da miedo. Y a veces las dos cosas. Está vez su mirada estaba un tanto vidriosa. Miró al chico y ese sólo gesto se materializó en una sonrisa de parte de él ; en llenar tres cuartos del vaso con un wisky de mejor calidad; en coronar con una bombilla y en elevar con un “yo invito”.

Por un momento Flavia sintió como si parte de su piel se disolviera. Y se le escapó una sonrisa única. Dio media vuelta. Mientras, el chico la miraba de pies a cabeza y constataba una incómodo bulto en su pantalón que, por fortuna, la barra cubría.

En tanto, una pareja se besa. Se besan con libido explícito. Y Ana los observa desde una esquina, mientras aspira con delicia su cigarro. La imagen comienza a hacerse divertida para Ana. Le gusta espiar a la gente, le gusta jugar a que es un fantasma. Le gusta ver situaciones íntimas, le da un placer único y muy oculto. Esto, no se lo comentará nunca a nadie.

La pareja se besa y de pronto la escena se ve interrumpida por una chica que los mira con rabia y pone un trozo de globo reventado en el hombro del chico besador. Otro, que anda por ahí dando saltos bailarines, cree que es un juego; va borracho y comienza a molestar a la pareja. A ellos les da igual, están entrelazados en una intensidad que los ciega.

El borracho bailarín, como toda persona civilizada, tiene un nombre. Pero le gusta presentarse (sobretodo cuando va ebrio), como “Conde”. ¿Conde? “Sí guapa, es que soy noble, y ya verás que soy noble”. Y Ana sonríe mientras expulsa el humo y piensa “payaso”.

La pareja sigue en lo suyo. Se comen, se aprietan, se rozan. Ana disfruta de su suerte de espionaje. Conde transpira alcohol y mueve la cabeza emulando a un rock star. Su pelo salpica. Una gota llega a el labio superior de Ana. “Qué asco. Jugoso el payasito de mierda. Que ni se me acerque”.

Conde comienza a caminar hacia la barra, busca entre sus bolsillos. Se mueve de un lado para otro. Tiene una sonrisa estúpida en la cara. Sus ojos son incapaces de enfocar: de mirar.

“Un wisky”. “¿Y otro para mi acaso?” se oye un susurro muy cerca de su oreja. Se voltea y tiene ante si, otros ojos muy vidriosos e intensos enfocando a su pupila como si se tratara de un tiro al blanco. Ese momento se le presenta como de lucidez absoluta. Flavia contraataca.

¡Salud! Chocan los resbaladizos vasos y comienzan un dialogo de ojos. “Pensé que ya no venías”. “¿Venir aquí?. Vengo a menudo. No entiendo.

“Pero es que la idea era partir temprano”. No te entiendo. “Sí, ahora por tu culpa voy más borracha de lo que esperaba. Bueno, invítame la última copa y llévame a casa que ya no aguanto más”.

Llevarte a dónde, no se quién eres ni dónde vives. No te entiendo. De pronto Conde no lo está pasando muy bien, esta chica le da miedo. Lo que empezó minutos atrás como un juego de borrachos ahora parece una pesadilla. Pero no se puede permitir abandonar la situación.

Vamos, me quiero ir. Flavia se siente genial, aunque para el resto de la gente no lo está. Sus ojos delatan. Va camino a la puerta de salida. Aprieta la mano de Conde que la sigue como hipnotizado y sin cuestionamientos. Hace una pausa. Lo empuja hacia la pared. Lo comienza a besar con desenfreno, pero sobretodo con rabia, con mucha rabia. Conde flota, hierve, sube, baja. Sí si, vamos por favor le dice entre besos mojados.

Es la misma pared, en la que horas atrás se apoyaba impacientemente y miraba el reloj. Y ahora no le importa nada. Todo le importa una mierda. Estoy genial, se repite una y otra vez.

Me encanta, qué chica, me la voy a comer. Me siento genial.

Así que el payasito consiguió presa. Ana mira desde la puerta de salida. Y siente un poco de rabia. Se siente sola y ahora no le da placer ver a Conde y esa chica sin rostro.

Ana comienza a hacerse cuestionamientos, da inicio a un bombardeo mental. “¿Y por qué no?, aquí nadie me conoce. Qué importa. Van todos borrachos. Es que me gusta, lo deseo, me recuerda alguien. A quién engaño…bla, bla bla”. Camina, coje a Flavia y a Conde de la mano. Sonríen. No hay cuestionamientos. La música no permite palabras. Ana encabeza a fila, Conde la sigue, disfruta, se ríe. Y Flavia está genial. Y punto.

Al otro lado del bar, el chico de la barra observa la escena. Las tres figuras desapareciendo por la puerta de la sala. “Ahí van”. Y comienza a imaginar. Y de nuevo el bulto en el pantalón. Y sonríe mientras le llena la copa a un comensal. Y se repite mentalmente:”¿Y por qué no?”.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Y entOnces? LeTs Go


Cuando cerré la boca, sentí que mis oídos se abrían y que cada poro se dilataba, emitiendo una especie de suspiro que sólo mis nuevos oídos abiertos podían oir.

Era una seguidilla de suspiros en cadena, contagiosos y tibios que desembocaban en el extremo de un vello erizado. En el silencioso crujir de unos labios apretados y en el deslizamiento húmedo y resbaladizo ahí; entremedio.

Los ojos aún cerrados y un corazón palpitante y nervioso me recordaban que estaba despierta; qué estaba viva y que tenía que recapitular.

Abrí los ojos y el golpe lumínico del fluorescente de aquel añejo baño me dejó con un encandilamiento que hizo más torpe aún mi regreso.

Sequé mis humedades y tiré de la cadena. Una vez de pie doy con mi rostro de golpe; ahí, en ese salpicado espejo, sobre el lavamanos donde reposaba, dejando amarilla huella, un ya extinto cigarrillo.

Saqué pecho, sonrisa y curvas y me aprendí el papel (o al menos lo intenté). Lo había olvidado. Ahora el espacio apestaba a confusión, me dí cuenta por vez primera que la confusión olía, y que ese olor lo había sentido antes, en el autobús, en el hospital y en la sala del colegio cuando era muy pequeña. ¿O pequeño?...Qué confuso. No recordaba. ¿En el convento? ¿Un convento?.

Brillo de labios, papeles, tabaco molido. Y vueltas y vueltas. Y miro mis uñas y están sucias, y huelen, Y huelen a Bohemia, como le dijo alguna vez esa impostora en un bar de mala muerte, muchos años atrás. "Me fascina el olor de tus dedos, huelen a bohemia". Recordó, y una sonrisa se dibujo en su rostro. Nostalgia y decepción: rara combinación.

Máscara de pestañas, un tampón, boletas. Vueltas y vueltas. Stop, aquí está el encendedor. Siempre lo confundo con la palabra "cenicero".

Hablemos; hablemos nosotras y aclaremos un poco. Que habrán notado: huele a confusión. Tranquila nena, ahí tienes el mechero. Vale.Se decía a si misma. Me decía a mi misma. Nos decíamos.

Al fin abrí la boca. Prendí el cigarro y traté de recordar quién era. Qué hacía ahí, qué lugar era ese y porque llevaba tan peculiar ropaje encima.

Se miró, se gustó (nos gustamos en complicidad). Dejó el cigarrillo en su boca y comenzó a tocarse los brazos (nos tocamos), a sentir una suavidad nueva. Emitió un lejano suspiro (mentira porque gemíamos) que dejó una estela de humo.

Cogió el cigarrillo con autoridad y sin preguntarse más nada se dijo a si misma: Let's go. Abrío la puerta y de golpe entró la música más retumbante que hubiese esperado.