lunes, 20 de junio de 2011

De acuerdos ...y cuerdas


Quedamos en eso.

Un acuerdo un poco inventado. Como tú. Como yo. Como nosotras; que de pronto vimos nuestro cráneo desconfigurado, reseco y perdido.

Quedamos en evitar. En evadir y escapar todo el tiempo. Sin medir las consecuencias. Sin sopesar posibles secuelas.

Acordamos pretender ceguera.

Acordamos una famélica vista gorda y abandonarnos a la rutina. Al paso de las medidas temporales. De los días… básicamente de los días.

El acuerdo recubría. Pero al interior las capas temblaban y se entrelazaban haciendo molestos nudos. Generando incertidumbre y desconcierto.

Entonces retomábamos el antídoto de aquel acuerdo. Y evadíamos.

A ratos jugaba a ser feliz. Nos atrevimos a mirar el espejo. A enfrentarnos.

Y con el antídoto hasta nos encontramos bonitas y los ojos brillaban entre vidrios.

Así el mundo no nos parecía tan ajeno. Pero el vacío no estuvo de acuerdo.

Acordé evitar tanto antídoto, intenté hacértelo ver.

Me acuerdo que no llegamos a acuerdo.

Comenzamos a aborrecernos, a lastimarnos. Y el antídoto se tornó cada vez más venenoso y los trenzados interiores comenzaron a “en-nudarse”.

El paso del tiempo se tornó absurdo e increíble.

Ya ni me acuerdo. Ya basta.

Es tiempo de desnudarse.

¿De acuerdo?

jueves, 3 de marzo de 2011

Un Verano CATarsiS (*)


Hay un bus añejo en un pueblo de partida (aunque parece de salida). Partida a un retorno. A fragmentos del pasado.

El pueblo luce destrozado y sucio. “La gente es fea”, le dice imaginariamente su amigo.

Huele a churrascos quemados y brillan máquinas tragamonedas y carteles promocionales de comida chatarra.

“Todo es chatarra”, le comenta nuevamente su amigo.

¡Déjame un momento en paz! Déjame vivir este viaje; es parte del proceso. El amigo calla pero sonríe maliciosamente.

Ella sube al viejo bus, se sienta al lado de un hombre con rasgos de campo, que la saluda amablemente. Decide, al instante, ponerse los audífonos para evitar oír comentarios de su amigo parlanchín. Escoge opción “aleatoria” - Play - y suena “These summer days”.

Sonríe satisfecha. Es eso. Es justamente eso; un portal caducado a “Esos días de verano”. A la nostalgia de esa niñez.

A cementerios de insectos. A picadas de mosquitos reventadas de tanto rascar. A pecas solares y cola cao frío. A soledad y a seres imaginarios.

¿Yo también soy imaginario?, pregunta la voz insistente. Ella sube el volumen y trata de ignorarlo. Mientras, suena azarosamente Pixies. Sonríe y escribe en el reverso del boleto “No mi pequeño duende”. Se oye un suspiro.

Vamos de camino, se dice a si misma. Es verano; sería un “summer day” de ese entonces.

“¿Qué estaría haciendo diez años atrás?”. Seguramente estaría tirándose piqueros y transformándose en sirena lacustre. Nadando desnuda con temor y fascinación a ser vista. La sirena bailarina. La reina de los pirigüines.

Stop. Un hombrecito viene a revisar su boleto. Puede ser una versión adulta de algún niño pueblerino de “these summer days”, o puede que sea aquel gato que ella transformó en humano en un atardecer.

Parece que no. Lo mira sigilosamente, pero con disimulo. El hombrecito corta el boleto con amabilidad y enrojece.

Play. La música continúa, el viaje está provisto de curvas. Duerme.

“Señorita…. Llegamos. Señorita…. Señorita bájese”.

Stop. Atontada coge su bolso, se quita los audífonos y baja un tanto mareada. No reconoce el lugar. No hay más pasajeros.

También baja el joven de los boletos y sigilosamente comienza a seguirla.

En tanto, su amigo imaginario no cesa de darle instrucciones, es él quien debe dirigir la situación. Ella no reacciona.

“Corre…te persigue”. “Calla, qué estás diciendo”.

Efectivamente.

Su corazón comienza a acelerar, pero no teme. “Es él, estoy segura de que es él, su pupila no era normal”. Un repentino y acertado arañazo en la nuca la hace tambalear. Cae lánguida en medio de una polvorienta curva. Su amigo imaginario pide ayuda a gritos. Pero nadie lo escucha (¡es imaginario!)

“Me perdí de siete vidas… me las pagarás humana estúpida”. Fue la sentencia.

Stop.


(*) Catarsis: Eliminación de recuerdos que perturban la conciencia o el equilibrio nervioso. Purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda.

miércoles, 19 de enero de 2011

Pasajera en Tránsito


Zurich, 09:09 am. “Pasajera en tránsito”, qué irónico.

De pronto me veo escupida en un espacio sumamente grisáceo y mucho más frío de lo esperado. Con humanos redundantemente fríos, parte del paisaje.

Paseo arrastrando mi maleta y abriendo lo que más puedo mis enrojecidos y cada vez más ojerosos ojos. El sueño se hace presente. Y tiendo a confundir. Así fue como ese ángel resultó ser un joven con mochila. En fin. Camino. Camino. Y las rueditas de mi maleta me adormecen aún más. Mecen mis sentidos.

Cierro la puerta del baño al fin y en ese metro cuadrado que asegura intimidad, se oye una música programada. Mientras, levanto mi falda. Esa música me es familiar. Sí, la conozco.

Es Bob Marley. ¿Qué hace sonando Bob aquí? Entre estas cuatro frías paredes.

Me sitúo lo mejor posible en cuclillas y tanteo el papel higiénico, mientras con la otra mano sujeto mi falda. Y tengo sueño. Y meneo las caderas. Y qué carajo hago meneando las caderas entre estas cuatro frías paredes. Es Bob.

Es Bob que da calidez sonora a la situación. Y me suena tan lejano. Suena a tardes adolescentes en el otro hemisferio del mundo. Suena a ir en un autobús de mala muerte de regreso a casa de mis padres. Yo con un audífono, y tú con el otro. Haciendo caso a la canción y riéndonos de nuestras infantiloides caras con resaca. Borrachas de estupidez. De ver quién aguanta más con la boca llena de mentitas picantes. De retroceder una y otra vez la misma canción del cassette con un mordisqueado lápiz bic.

Vuelvo. Tiro la cadena, Bob sigue. Salgo del “metro cuadrado de la intimidad”, arrastro mi maleta y afuera una octogenaria mujer que viste como “prototípica turista moderna” se queja, y alega algo. No tengo idea qué. No se de qué nórdico lugar proviene su sonante lengua. Pero la entiendo. Seguramente se está quejando de la frialdad y modernidad robótica de las instalaciones. ¡Y claro! No entiende; tiene ochenta y tantos años. Yo la entiendo. No entiendo nada. No entiendo qué hace Bob sonando aquí. Pero a la octogenaria sí que la entiendo.

Lavo mis manos haciendo uso del moderno despliegue sanitario, alzo la vista y miro al frente. Ahí estoy yo. A unos metros, la vieja nórdica vestida de moderna. Sacudo mis manos, sonrío, me acerco a la abuela, y le doy un tibio beso “Te entiendo”. Al parecer ella no, pero sonríe y sus ojitos de cristal brillan.

Tomo mi maleta. Y Bob me reafirma: “Don't worry about a thing, Cause every little thing gonna be all right”.