Cuando cerré la boca, sentí que mis oídos se abrían y que cada poro se dilataba, emitiendo una especie de suspiro que sólo mis nuevos oídos abiertos podían oir.
Era una seguidilla de suspiros en cadena, contagiosos y tibios que desembocaban en el extremo de un vello erizado. En el silencioso crujir de unos labios apretados y en el deslizamiento húmedo y resbaladizo ahí; entremedio.
Los ojos aún cerrados y un corazón palpitante y nervioso me recordaban que estaba despierta; qué estaba viva y que tenía que recapitular.
Abrí los ojos y el golpe lumínico del fluorescente de aquel añejo baño me dejó con un encandilamiento que hizo más torpe aún mi regreso.
Sequé mis humedades y tiré de la cadena. Una vez de pie doy con mi rostro de golpe; ahí, en ese salpicado espejo, sobre el lavamanos donde reposaba, dejando amarilla huella, un ya extinto cigarrillo.
Saqué pecho, sonrisa y curvas y me aprendí el papel (o al menos lo intenté). Lo había olvidado. Ahora el espacio apestaba a confusión, me dí cuenta por vez primera que la confusión olía, y que ese olor lo había sentido antes, en el autobús, en el hospital y en la sala del colegio cuando era muy pequeña. ¿O pequeño?...Qué confuso. No recordaba. ¿En el convento? ¿Un convento?.
Brillo de labios, papeles, tabaco molido. Y vueltas y vueltas. Y miro mis uñas y están sucias, y huelen, Y huelen a Bohemia, como le dijo alguna vez esa impostora en un bar de mala muerte, muchos años atrás. "Me fascina el olor de tus dedos, huelen a bohemia". Recordó, y una sonrisa se dibujo en su rostro. Nostalgia y decepción: rara combinación.
Máscara de pestañas, un tampón, boletas. Vueltas y vueltas. Stop, aquí está el encendedor. Siempre lo confundo con la palabra "cenicero".
Hablemos; hablemos nosotras y aclaremos un poco. Que habrán notado: huele a confusión. Tranquila nena, ahí tienes el mechero. Vale.Se decía a si misma. Me decía a mi misma. Nos decíamos.
Al fin abrí la boca. Prendí el cigarro y traté de recordar quién era. Qué hacía ahí, qué lugar era ese y porque llevaba tan peculiar ropaje encima.
Se miró, se gustó (nos gustamos en complicidad). Dejó el cigarrillo en su boca y comenzó a tocarse los brazos (nos tocamos), a sentir una suavidad nueva. Emitió un lejano suspiro (mentira porque gemíamos) que dejó una estela de humo.
Cogió el cigarrillo con autoridad y sin preguntarse más nada se dijo a si misma: Let's go. Abrío la puerta y de golpe entró la música más retumbante que hubiese esperado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario