miércoles, 2 de junio de 2010

Strawberry FEELS forever


Acababa de untar mis tobillos con mermelada de fresa. ¡Que bien se veían!, que brillo y que exquisita sensación; la obra estaba acabada, los contemplé con ternura mientras chupaba el resto dulce de mis dedos cuando sentí el extraño temblor. Quedé un tanto paralizada, relamí mis labios buscando restos de fresa, y nada, media vuelta, tantear con mis manos hasta dar con el teléfono y ver la hora. 4:22 am.

La cama ya no era suave, y la temperatura no era la agradable. Los segundos pasaban, y no había manera de volver a dormir. Como una suerte de delirio comencé a recordarlo todo, no había forma de controlar mis pensamientos, y aparecías tú, y tú una y otra vez.

No lo pude evitar; lo siento, pero tuve que vestirme y salir. Ya me habías advertido, pero mi curiosidad podía más. Siempre puede más.

Busqué algo de ropa, y pensé en fumar un cigarrillo y meditarlo tranquilamente en la terraza, contemplando las luces y sintiendo el silencio; pero perdona. Lo siento, no fui capaz. Ni cigarrillo, ni meditación, ni mierdas.

Ni siquiera, (pude constatar más tarde) me dio tiempo para ponerme zapatos. Bajé las escaleras apresurada (evité el ascensor, temí encontrarte), y me lancé, descalza sobre la acera.

La calle estaba vacía y claro (¡como no!) había una grotesca luna llena que daba a todo una apariencia extraterrestre.

Llegué a la esquina y el semáforo estaba en azul. Un estornudo estridente llamó mi atención. Busqué el origen del sonido y no había nada. Di media vuelta y comencé a correr con todas mis fuerzas, en un momento creí que había adquirido forma de bicicleta. Pedaleé sobre mi ser y mis orejas hicieron de rápido volante. La acera ya no estaba, ahora era tierra seca y polvorienta. Un tanto amarillenta. Recordé el “camino amarillo” de aquel parque al que solíamos ir cuando éramos pequeños. Más y más distancia. Recorrido.

Ahora el suelo era húmedo y fangoso. El olor a tierra húmeda despertó aún más mis sentidos y los recuerdos continuaron. Jadeaba pero no sentía cansancio. Los primeros rayos del alba convivían con la luna. Me detuve; mas recuerdos: mi mano pequeñita sacando un helecho silvestre de raíz. La tierra húmeda goteando por las raíces ¡Cómo me gustan las raíces! Me unté con la raíz como si fuera una esponja. “¿Te gusta mamá?”. “Otro helecho más, buscaremos sitio en el jardín”. No es un jardín, es mi selva. Le di mi ofrenda y continué mi trote lunar.

Llegué al claro que hacían unos matorrales, me desnudé y comencé a ver el brillo entre las hojas. Sabía que tarde o temprano vendrías.

Creo que comencé a dormirme. Sentí la brisa fresca y se me erizo la piel. Me acurruqué sobre mi misma y esperé.

Sentí un manto de tibieza. Ya pude descansar. Me cubriste con un manto de fresas, me diste un beso en la frente. Lo demás ya no importaba. Gracias.

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