domingo, 14 de febrero de 2010

Lo SienTo / SmeLLs like teen Spirit?


8:28 a.m, puntual. Busco el asiento con respaldo más alto pero no está. Entonces camino hacia el fondo del autobús y recuerdo cuando estaba en el cole. El autobús del colegio. Los chicos de atrás eran los más cool; llevaban el dominio de todo el bus, dirigían la orquesta. Desparramaban chistes, gritos, y olor hormonal de adolescencia.

Noto que mi cabeza casi choca con el tejado. Ahora soy grande.

Encuentro el ángulo perfecto; la ventana, el rincón.

Me acomodo y me dispongo a emprender el viaje cuando siento un vomitivo olor que impregna el espacio. Me siento invadida.

Constato de que a mi lado se ha sentado un vagabundo. Sí, ese mismo que imaginé retratar días atrás. Semanas atrás quizá. El tiempo me confunde.

El olor es insoportable, denso y arcaico (porque puede producir arcadas y porque de seguro es muy antiguo).

Nos separarán sólo centímetros. El hombre está serio, quiere aparentar normalidad, pero tiene una mirada demencial.

Me mira, abre un periódico (quizá el mismo que habrá usado de cabecera la noche anterior, en ese cajero en plena avenida de fiestas de turistas y jóvenes sedientos. Sí estoy segura que en ese mismo cajero). Se lo acerca exageradamente al rostro y posiblemente lee. O eso aparenta. O eso aparentamos muchos cuando nos acercamos un periódico que muchas veces sirve de máscara o de mantita de la invisibilidad.

El olor me inquieta, me molesta. Lo miro con el rabillo del ojo, lo huelo con todo mi ser, contra mi voluntad.

Me genera repulsión y a la vez comprensión y empatía. Me imagino que me contamina, no quiero. Me siento fría y banal (mierda... en este preciso instante está mirándome fíjamente, observando con descaro mientras escribo). Lo huelo. Lo siento. Siento ser así. Siento el olor. Siento asco. Siento, el asiento, me siento. Me contamina, lo está haciendo.

Me imagino que tiene piojos evolucionados y radioactivos que pueden saltar a mi cabeza buscando venganza, porque de seguro ese tipo de piojos tiene un nivel de fortaleza y evolución superior que los hace capaces no sólo de habitar en la superficie de una cabeza, sino de meterse dentro de ella: ¡de leer mentes!

Me la leen a mi, lo se. Lo siento. Me están leyendo la mente en este preciso momento y saben mi sensación de asco.

A ver, ahora yo miro con el rabilo del ojo. El tipo está perplejo y congelado leyendo un anuncio de supermercado con la nariz pegada al periódico. Este acto definitivamente viola su disimulo de “normalidad”. Cae algo, es una botella. El hombre la coge y hace ademán de ofrecerme, no se que mierda me dice porque no logra modular.

Ahora voltea y en este preciso momento está mirándome. Esto de verme escribir no lo deja indiferente. Le molesta. Lo siento. Lo huelo.

Uf, como apesta este hombre. Quiero ya salir de este rincón. Pero cómo. Estoy atrapada aquí y atrapada en “el otro”. En ese querer aceptar a este maloliente hombre que quién sabe que historia arrastra.

El autobús para. Mi vista recorre las cabezas y choca con un cristal. Choco con mi imagen ¿soy yo?, casi lo olvidaba....

Retrocedo a mi ángulo, a mi rincón, y el hombre se apoya en señal de malestar y debilidad contra el respaldo del asiento delantero. Espero que no esté mareado. Diría que está mareado. Sí, esta mareado. Hay algo que lo descompone. Alza la cabeza, me mira. Lo miro con los ojos bien abiertos e intentando cerrar mi nariz. Su mirada ya no es demencial. Conozco esa expresión. Me descubrió.

No lo tolera. No, esto no. Stop.

El autobús para y el hombre camina de manera violenta y desesperada a la puerta de salida. El bus lo escupe al frío exterior, parece ahogado. Yo también lo estoy. Me noto nauseabunda, busco escape y aire en la ventana, mi mirada choca con la suya. Para mi sorpresa le sonrío y le tiro un beso imaginario.

Me cagaste el día cabrón, ahora te reconozco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario