miércoles, 19 de enero de 2011

Pasajera en Tránsito


Zurich, 09:09 am. “Pasajera en tránsito”, qué irónico.

De pronto me veo escupida en un espacio sumamente grisáceo y mucho más frío de lo esperado. Con humanos redundantemente fríos, parte del paisaje.

Paseo arrastrando mi maleta y abriendo lo que más puedo mis enrojecidos y cada vez más ojerosos ojos. El sueño se hace presente. Y tiendo a confundir. Así fue como ese ángel resultó ser un joven con mochila. En fin. Camino. Camino. Y las rueditas de mi maleta me adormecen aún más. Mecen mis sentidos.

Cierro la puerta del baño al fin y en ese metro cuadrado que asegura intimidad, se oye una música programada. Mientras, levanto mi falda. Esa música me es familiar. Sí, la conozco.

Es Bob Marley. ¿Qué hace sonando Bob aquí? Entre estas cuatro frías paredes.

Me sitúo lo mejor posible en cuclillas y tanteo el papel higiénico, mientras con la otra mano sujeto mi falda. Y tengo sueño. Y meneo las caderas. Y qué carajo hago meneando las caderas entre estas cuatro frías paredes. Es Bob.

Es Bob que da calidez sonora a la situación. Y me suena tan lejano. Suena a tardes adolescentes en el otro hemisferio del mundo. Suena a ir en un autobús de mala muerte de regreso a casa de mis padres. Yo con un audífono, y tú con el otro. Haciendo caso a la canción y riéndonos de nuestras infantiloides caras con resaca. Borrachas de estupidez. De ver quién aguanta más con la boca llena de mentitas picantes. De retroceder una y otra vez la misma canción del cassette con un mordisqueado lápiz bic.

Vuelvo. Tiro la cadena, Bob sigue. Salgo del “metro cuadrado de la intimidad”, arrastro mi maleta y afuera una octogenaria mujer que viste como “prototípica turista moderna” se queja, y alega algo. No tengo idea qué. No se de qué nórdico lugar proviene su sonante lengua. Pero la entiendo. Seguramente se está quejando de la frialdad y modernidad robótica de las instalaciones. ¡Y claro! No entiende; tiene ochenta y tantos años. Yo la entiendo. No entiendo nada. No entiendo qué hace Bob sonando aquí. Pero a la octogenaria sí que la entiendo.

Lavo mis manos haciendo uso del moderno despliegue sanitario, alzo la vista y miro al frente. Ahí estoy yo. A unos metros, la vieja nórdica vestida de moderna. Sacudo mis manos, sonrío, me acerco a la abuela, y le doy un tibio beso “Te entiendo”. Al parecer ella no, pero sonríe y sus ojitos de cristal brillan.

Tomo mi maleta. Y Bob me reafirma: “Don't worry about a thing, Cause every little thing gonna be all right”.

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