miércoles, 2 de junio de 2010

Strawberry FEELS forever


Acababa de untar mis tobillos con mermelada de fresa. ¡Que bien se veían!, que brillo y que exquisita sensación; la obra estaba acabada, los contemplé con ternura mientras chupaba el resto dulce de mis dedos cuando sentí el extraño temblor. Quedé un tanto paralizada, relamí mis labios buscando restos de fresa, y nada, media vuelta, tantear con mis manos hasta dar con el teléfono y ver la hora. 4:22 am.

La cama ya no era suave, y la temperatura no era la agradable. Los segundos pasaban, y no había manera de volver a dormir. Como una suerte de delirio comencé a recordarlo todo, no había forma de controlar mis pensamientos, y aparecías tú, y tú una y otra vez.

No lo pude evitar; lo siento, pero tuve que vestirme y salir. Ya me habías advertido, pero mi curiosidad podía más. Siempre puede más.

Busqué algo de ropa, y pensé en fumar un cigarrillo y meditarlo tranquilamente en la terraza, contemplando las luces y sintiendo el silencio; pero perdona. Lo siento, no fui capaz. Ni cigarrillo, ni meditación, ni mierdas.

Ni siquiera, (pude constatar más tarde) me dio tiempo para ponerme zapatos. Bajé las escaleras apresurada (evité el ascensor, temí encontrarte), y me lancé, descalza sobre la acera.

La calle estaba vacía y claro (¡como no!) había una grotesca luna llena que daba a todo una apariencia extraterrestre.

Llegué a la esquina y el semáforo estaba en azul. Un estornudo estridente llamó mi atención. Busqué el origen del sonido y no había nada. Di media vuelta y comencé a correr con todas mis fuerzas, en un momento creí que había adquirido forma de bicicleta. Pedaleé sobre mi ser y mis orejas hicieron de rápido volante. La acera ya no estaba, ahora era tierra seca y polvorienta. Un tanto amarillenta. Recordé el “camino amarillo” de aquel parque al que solíamos ir cuando éramos pequeños. Más y más distancia. Recorrido.

Ahora el suelo era húmedo y fangoso. El olor a tierra húmeda despertó aún más mis sentidos y los recuerdos continuaron. Jadeaba pero no sentía cansancio. Los primeros rayos del alba convivían con la luna. Me detuve; mas recuerdos: mi mano pequeñita sacando un helecho silvestre de raíz. La tierra húmeda goteando por las raíces ¡Cómo me gustan las raíces! Me unté con la raíz como si fuera una esponja. “¿Te gusta mamá?”. “Otro helecho más, buscaremos sitio en el jardín”. No es un jardín, es mi selva. Le di mi ofrenda y continué mi trote lunar.

Llegué al claro que hacían unos matorrales, me desnudé y comencé a ver el brillo entre las hojas. Sabía que tarde o temprano vendrías.

Creo que comencé a dormirme. Sentí la brisa fresca y se me erizo la piel. Me acurruqué sobre mi misma y esperé.

Sentí un manto de tibieza. Ya pude descansar. Me cubriste con un manto de fresas, me diste un beso en la frente. Lo demás ya no importaba. Gracias.

jueves, 8 de abril de 2010

Borrón y CuEntA NUEVA


A medida que pasaban los minutos, sentía como si algo superior estuviese jugando con nosotros. Como si hubiese abierto el libro de pequeños episodios, que para mi tanto habían significado, y con una goma de borrar gigante fuese borrando pequeñas viñetas y situaciones. Qué más tarde, comprendería, habían sido un montaje más.

Y es que luego de la euforia inicial no podía ni reconocer su mirada, y sólo oía gritos exagerados y falsos, que pretendían actuar una emoción (montada, pude comprobar más tarde). Mientras, brindábamos una y otra vez como si estuviésemos actuando para una cámara o para un programa de vacaciones, y yo me intentaba entregar a la situación; ya que me repetía a mi misma “es temporal”, “es la situación”. Y la otra chica movía las manos de forma exageradísima emulando a una diva de los años cincuenta, mientras sus ojos sin expresión se iban tornando cada vez más vidriados.

Y bueno, juguemos al show, me dije a mi misma y brindé en silencio por el absurdo. Bebí tres exactos y precisos sorbos sin parar, (tres y largos, porque en otro jueguito que me traía significaba buena suerte). Sonreí y traté de “subirme” a la conversación que se traían este par de desconocidas.

Empezaba la primavera y de pronto me ví sentada contemplando brotes de superficialidad, con una serie de florecimientos que desconocía.

¿Es un montaje?, me pregunté en mi sexto sorbo (en el jueguito que traía los sorbos iban aumentando según qué etapa, y ésta era la segunda). “Pues no querida, esta vez no”. Oí claramente la voz y la frase que acabo de escribir. Miré a las chicas que estaban a centímetros de mí, pero a muy larga distancia y constaté que ya habían olvidado mi existencia. Me puse un tanto nerviosa, encendí un cigarrillo y me reí tratando de desviar la vista hacia cualquier ángulo.

“Pues no querida”. Mierda, la voz de nuevo. Me volteé y dí con una mujer mayor, canosa, y de...cómo decirlo, de una llamativa discreción (lo sé, es paradójico pero así era). No sé cómo explicarlo, era algo así como un frasco de elegancia y de seguridad. La reconocí, la conocía desde siempre. Pero no sabía quién era.

Sonreí, y me llamó con la mano. “es que estoy con ellas...es que”. “¡No!”, me interrumpió. Me di la vuelta y ya no vi más a mis acompañantes. Seguramente estaban lamiendo la cocaína del ombligo de algun tipo, o haciéndose fotografías en plan “sexy montaje” en el baño.

Me sentí perpleja, pero segura. Stop. ¡Pero si yo había imaginado esto antes!, ¡pero si estoy soñando!, y me entró un ataque de risa desaforado, llamé al camarero y dije; este es mi bar, ¡yo invito!. Recibí un aplauso unánime. La mujer canosa entró en mi contagio y comenzó a hacerme cosquillas.

Me subí a la barra y ordené a todos hacer lo que les diera la gana.

Me sentí salvaje y auténtica. Caminé descalza sobre el pan con tomate. Esparcí aceite por la barra y fuí la primera en inaugurar el concurso de salto y deslizamiento sobre aceite de oliva y pimienta. La gente aplaudía y de poco entraban en el juego. La mujer canosa se desnudó y hubo una cascada de destellos multicolores. Sí señores, lo aseguro, tengo testigos. La mujer ésta brillaba. Eso no era un cuerpo; eran luces.

Y se respiraba algo así como un trance eufórico. “Más, más, más”. Pero lindo, infantil, sano, aunque crean lo contrario. “¡Más, más, más!” Y se oía música improvisada que provenía de tenedores, platos, burbujas de cerveza y chocar de vasos. Suspiros y más suspiros.

Todo melódico. Extásis. Jolgorio. Y yo jugando, y la gente riendo. Y la mujer canosa derramando luces coloridas por todas partes.

De pronto, sentimos un temblor. De pronto todos callaron, y el ambiente se impregnó de miedo. ¿Dondés estás?, comencé a buscar a la mujer canosa. Alzo la vista y veo un agujero en el techo. Algo gigante y blanco lo atraviesa. No lo creo, esto me supera; es una goma de borrar, parece una nave espacial, ¡Qué alguien encienda la luz!

Borrados.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Angeles


Día duro, pero ya acababa. Ya había pasado la tensión que siempre me suponen estas situaciones. Había expuesto mi cátedra a unas veinte jovencitas aspirantes a médico en el Hospital de Bellvitge, y de pronto tengo a un par a mi lado, hablando jovialmente de la clase, mientras esperamos el metro. Nos subimos juntas, como si fuéramos amigas de siempre, como si afuera de ese hospital y de las aulas yo fuera una más. Y siento que las chicas están más en confianza. Las miro y se me vienen mil recuerdos a la cabeza, la universidad, y “aquel entonces”. ¿Habría sido amiga o algo de éstas?; a lo más me habría acercado a ellas para pedirles algún apunte.

Noto una brecha, una especie de abismo que creo que ni mi sonrisa constante puede disimular.

Nos sentamos en el metro, las alumnas juntas frente a mi, y yo al lado de una chica de mirada inquieta, que sentí nada más entrar al vagón.

Las chicas hablan y hablan, hacen bromas, ríen, opinan de grupos del facebook (puto facebook) y me explican, ya que mi sonrisa permanece pero mi interés se centra en la chica que va a mi lado. Es guapa. Para mí lo es.

Me suena el móvil, es Jordi, sonrojo. Las chicas me miran y estoy casi segura de que la chica que va a mi lado pone atención aunque va pendiente de su móvil y no para de mover su pie izquierdo. Qué botas más guapas tiene.

“Bueno, sí, como siempre Jordi. Es que tu sabes que me pongo nerviosa”, “Eres lo más grande Eva, seguro que lo hiciste de puta madre...y qué; alguna chica guapa?”, “qué me pones nerviosa Jordi, que...voy en el metro vale?”, “qué... ¿las tienes ahí al frente?...jajajjaja, y qué; hay alguna buena?, ¡anda ya! que siempre terminas saliendo con alguna”, “bueno que te oigo fatal, te llamo cuando llegue”.

Eva está sonrojada. Y , mientras las alumnas siguen en sus conversaciones de facebook (puto facebook). La chica de al lado no ha perdido detalle. Se llama Angela y está muy nerviosa, y aunque está en mil partes, también retiene fragmentos de la animada conversación de las muchachas, “puto facebook”. Recuerda cuando estaba en la universidad y comienza a establecer comparaciones. Y se le vienen locos fragmentos de “aquel entonces” y se dice a si misma, que a lo más se habría acercado a las chicas que tiene al frente a pedirles algún apunte y que hay prototipos idénticos que cruzan fronteras.

Bueno Eva, que vaya bien. Nos vemos el próximo jueves. Adiós chicas.

Angela siente pánico. Mira el móvil una y otra vez. No entiende cómo ni porqué ha llegado al punto que surgirá en los próximos 15 minutos. El tablero es confuso y tiene todas las de perder.

Queda una estación, se come las uñas, le late el corazón a tal punto que siente que hasta su camiseta late.

Eva la siente. Y tiene impotencia. Sabe que tiene que ayudarla. Pero también sabe que le gusta.

Angela baja del metro, siente que las piernas le tiritan, busca la salida y mira al metro buscando a la mujer que tenía al lado. No está, en su lugar ahora hay un viejo.

Llega el puto momento, el puto punto. Lo ve, desde lejos lo ve. Él no. Él aún no se percata de su presencia. Él ni sabe bien quién es ella.

De pronto no oye más ruidos que el de su corazón y camina como hipnotizada. Y siente que está ensordeciendo. Y la velocidad y el tiempo son distintos. Y camina pretendiendo avanzar. Y de pronto todo es blanco, como una persiana que sube. Y en una fracción de segundos vuelve a tener la misma imagen que tuvo hace unos cinco años atrás “en aquél entonces”, es un deja vú -piensa convencida- y vuelve a ver cómo suben a una chica en una camilla. Y siente que lo ha logrado, que ha desafiado las leyes del tiempo y que se repetirá la historia de “aquel entonces”, y que mamá y papá van a volver a estar junto a la camilla; en “aquel lugar”, y le importa una mierda el dolor y las consecuencias, porque puede desafiar el tiempo y porque estarán los dos. Y sentirá, al fin, la ya olvidada protección. "Te quiero más que..."

Es ilusión, es convencimiento...es vida. Y no está esa muerte. Y ve todo desde otra perspectiva. Y se deja llevar. Y se la llevan.

“Arrollo”. “No, no presenta hálito etílico”. “Tec cerrado”. No sabemos a quien avisarle. Dice el enfermero mientras le pasa la ficha a la doctora. La doctora es Eva; camina y llega hasta la camilla, y ahí está; la chica del metro. Se le eriza la piel, se acerca, la acaricia en la frente y siente una ternura inmensa y pena, mucha pena, porque de pronto comprende perfectamente que está chica no querrá despertar allí. “Es ahora, nadie me ve: tengo que ayudarla”.

jueves, 25 de febrero de 2010

¿Vivimos en una piña? ¿debajo del mar?


Mira...Bob Esponja. ¿Conoces a Bob Esponja?, “Esponch Bob”, lo tiran ahora por la tele. Un tío amarillo y cuadrado.

Bueno; tú eres como Bob Esponja. Bob es una esponja y eso es lo que tienes que hacer tú ahora. Lo que ellos quieren que seas.

Que tú, como esponja, absorbas todo y luego, mmm (largo y pronunciado “m”) instaures ese programa informático.

Curva, curva. A la izquierda, de nuevo curva. Afuera está gris. Curvilíneo pero gris.

La voz dominante persiste y continúa dando instrucciones severas de vida a la “supuesta” Bob. Escucho atenta, no quiero perder detalle de este absurdo sorpresivo. De pronto la voz instructora se hace más y más fuerte. Está cerca, más cerca. “¿Alguien tiene una bolsa?”, dice clara, potente y con su mirada mirándome fijamente. Es una sargento de temer y tiene un aire de Boy Scout. “¡Es que quiere vomitar!”.

No. No. Eso no por favor, ¡vómito no!

Coincidencia, ¡pero si ayer estuve hablando de esto! De vómitos y de bolsas. De recuerdos infantiles, de aquella chica que una vez me vomitó antes de entrar a clases, y del consiguiente trauma que implicó en mi desarrollo como humana (¿o como esponja?).

¡Que si tienes una bolsa mujer!. Mierda ahí está la sargenta y de pronto oigo el segundero del reloj que hace un tic tac de pre-bomba.

Me entra el pánico vomitivo. Curva. Hurgo deseperada mi bolso y ahí está: la bolsa. La bolsa que ayer se estrenó con un producto de alto nivel, y que hoy comenzaba a trabajar de portaparaguas. Una bolsa joven, soñadora, llena de espectativas e ilusiones.

Miro a la bolsa y mentalmente le digo; “lo siento”. Le doy la bolsa a la sargento y la coge apresurada. Es que “La Bob” está que vomita. Me volteo disimuladamente y la veo. Es una chica con pinta debilucha. Y sí, tiene un aire a Bob, pero a un Bob blaquecino y desteñido, no amarillo.

La voz instructora sigue y dice en un tono aún más imperativo: respira hondo. Piensa en la nieve. (¿Calmará las náuseas pensar en la nieve?). En el pescado que tanto te gusta. No, en el pescado mejor no (flaquea un poco la voz instructora).

Falta poco para llegar a destino. No se oye arcada alguna. La Bob lo está logrando.

Hemos llegado. Huele a alivio. Pero en mi cabeza, y en el fondo de mi corazón pienso en el futuro de esa bolsa que dejé partir. En las vueltas de la vida. Y en la soledad que siente mi paraguas ahora que está solo, sin la soñadora y optimista bolsa.

Y es que en la vida o se es bolsa, o se es esponja.

domingo, 14 de febrero de 2010

Lo SienTo / SmeLLs like teen Spirit?


8:28 a.m, puntual. Busco el asiento con respaldo más alto pero no está. Entonces camino hacia el fondo del autobús y recuerdo cuando estaba en el cole. El autobús del colegio. Los chicos de atrás eran los más cool; llevaban el dominio de todo el bus, dirigían la orquesta. Desparramaban chistes, gritos, y olor hormonal de adolescencia.

Noto que mi cabeza casi choca con el tejado. Ahora soy grande.

Encuentro el ángulo perfecto; la ventana, el rincón.

Me acomodo y me dispongo a emprender el viaje cuando siento un vomitivo olor que impregna el espacio. Me siento invadida.

Constato de que a mi lado se ha sentado un vagabundo. Sí, ese mismo que imaginé retratar días atrás. Semanas atrás quizá. El tiempo me confunde.

El olor es insoportable, denso y arcaico (porque puede producir arcadas y porque de seguro es muy antiguo).

Nos separarán sólo centímetros. El hombre está serio, quiere aparentar normalidad, pero tiene una mirada demencial.

Me mira, abre un periódico (quizá el mismo que habrá usado de cabecera la noche anterior, en ese cajero en plena avenida de fiestas de turistas y jóvenes sedientos. Sí estoy segura que en ese mismo cajero). Se lo acerca exageradamente al rostro y posiblemente lee. O eso aparenta. O eso aparentamos muchos cuando nos acercamos un periódico que muchas veces sirve de máscara o de mantita de la invisibilidad.

El olor me inquieta, me molesta. Lo miro con el rabillo del ojo, lo huelo con todo mi ser, contra mi voluntad.

Me genera repulsión y a la vez comprensión y empatía. Me imagino que me contamina, no quiero. Me siento fría y banal (mierda... en este preciso instante está mirándome fíjamente, observando con descaro mientras escribo). Lo huelo. Lo siento. Siento ser así. Siento el olor. Siento asco. Siento, el asiento, me siento. Me contamina, lo está haciendo.

Me imagino que tiene piojos evolucionados y radioactivos que pueden saltar a mi cabeza buscando venganza, porque de seguro ese tipo de piojos tiene un nivel de fortaleza y evolución superior que los hace capaces no sólo de habitar en la superficie de una cabeza, sino de meterse dentro de ella: ¡de leer mentes!

Me la leen a mi, lo se. Lo siento. Me están leyendo la mente en este preciso momento y saben mi sensación de asco.

A ver, ahora yo miro con el rabilo del ojo. El tipo está perplejo y congelado leyendo un anuncio de supermercado con la nariz pegada al periódico. Este acto definitivamente viola su disimulo de “normalidad”. Cae algo, es una botella. El hombre la coge y hace ademán de ofrecerme, no se que mierda me dice porque no logra modular.

Ahora voltea y en este preciso momento está mirándome. Esto de verme escribir no lo deja indiferente. Le molesta. Lo siento. Lo huelo.

Uf, como apesta este hombre. Quiero ya salir de este rincón. Pero cómo. Estoy atrapada aquí y atrapada en “el otro”. En ese querer aceptar a este maloliente hombre que quién sabe que historia arrastra.

El autobús para. Mi vista recorre las cabezas y choca con un cristal. Choco con mi imagen ¿soy yo?, casi lo olvidaba....

Retrocedo a mi ángulo, a mi rincón, y el hombre se apoya en señal de malestar y debilidad contra el respaldo del asiento delantero. Espero que no esté mareado. Diría que está mareado. Sí, esta mareado. Hay algo que lo descompone. Alza la cabeza, me mira. Lo miro con los ojos bien abiertos e intentando cerrar mi nariz. Su mirada ya no es demencial. Conozco esa expresión. Me descubrió.

No lo tolera. No, esto no. Stop.

El autobús para y el hombre camina de manera violenta y desesperada a la puerta de salida. El bus lo escupe al frío exterior, parece ahogado. Yo también lo estoy. Me noto nauseabunda, busco escape y aire en la ventana, mi mirada choca con la suya. Para mi sorpresa le sonrío y le tiro un beso imaginario.

Me cagaste el día cabrón, ahora te reconozco.

domingo, 27 de diciembre de 2009

LuCía


Me levanto y el perfume pegajoso junto al olor a colillas de cigarro inundan el ambiente. Olores ajenos, olores calientes a ratos repugnantes y muy sintéticos.

Evito a hacer mucho ruido, una vez cruzado mi umbral puedo encontrarme con cualquier cosa.

“La oigo, se está levantando, hija de la gran puta, no la soporto. Es tan extraña, y se viste tan mal, no entiendo de qué va. Seguro quiere revisarlo todo. Quiero que se vaya de una vez. Qué rara que es esta chica”.

Y ahí están, los tres acostados, los tres maquillados, las fundas de lo cojines con restos de maquillaje, un pie que se escapa. El olor, de nuevo el olor. Las chicas y el “chico”. El chico depilado, el chico que sueña con un príncipe azul multimillonario (depilado igualmente), bronceado y fuerte.

“Mmm que guapo pendiente lleva en esa orejita tan rica, y que bien se viste, y qué boca. Cójeme por detrás y cómeme entero…uy sus calzoncillos son de D&G, este tipo es lo más. Quiero ser tuyo, sí todo tuyo. Eres bello, somos bellos, sí…si”.

Me miro al espejo mientras oigo los gemidos del personaje depilado. No puedo evitar reir. Estoy incómoda, quiero desaparecer. Y en mi cabeza suena un tema; una canción…no se qué mierda pero el asunto es que suena. Y me miro, y mis ojos están tristes. Y tengo pena. Y no me encuentro.

“Qué mierda hace ésta tanto rato en el baño, quizá le da por cagar y no encontrará papel higiénico…pues bien, que se fastidie, que se joda. Que se vaya de una puta vez, no la soporto. ¿Qué haremos hoy? Aiii que palo, no tener coche es de lo peor. Que desgracia la verdad. Vi unos taconazos tan guapos en la tienda, los quiero”. “Seguro arrasaré con ellos, seguro todos los chicos me seguirán con la mirada. Qué le pasa a éste. Porqué hace esos ruidos. ¡Aiiii qué asco! Intentaré dormir, pensaré en algo. En qué puedo pensar, aiiii no se. Qué complicación. Qué taconazos, los quiero, y que bien me quedarían con el mini vestido rosa”. Y con mi pelo…y con mi bronceado…y el brillo…los taconazos…los…

Qué incómodo, me da vergüenza ajena todo esto. Me da vergüenza salir del baño. No quiero verlos, no quiero olerlos. Cómo es que hay gente así.

Son máscaras, sí son máscaras, por eso tanto maquillaje. Bajo la vista y el lavamanos está lleno de polvos de maquillaje. Paso mi dedo, lo miro y me da asco. Y al otro lado de la pared se oye al chico gay balbuceando entre sueños. Sueña con D&G.

Pausa. Lucía quedó contemplando su dedo manchado de polvos “real skin” (paradojas del mercado), por alrededor de cinco extraños minutos. La ventana del baño estaba abierta, se veía la ciudad y una brisa refrescaba el lugar. El sonido melodioso persistía en su mente.

A unos metros, en el edificio de al frente un chico le daba continuas caladas a su cigarro mientras se deleitaba contemplando a la muchacha que no encontraba su rostro en el espejo. Lucía estaba siendo observada. Y de alguna manera lo sentía. No se podía convencer de estar en total soledad y sin complicidad en un momento así. Eso rozaría la locura, necesitaba testigos.

Lucía chupó su dedo y al tacto de la saliva el polvo se convirtió en una especie de témpera. Se miró al espejo y trazó una continuidad de sus comisuras en forma de sonrisa. Rió sola y se burlo de sí misma, de la situación y de la soledad.

Una suave y placentera caricia recorrió su espalda, sintió cariño y placer. Sintió que realmente había alguien ahí. Suspiró en automático. Y al darse la vuelta coincidió con su espía.

El chico ruborizó y sonrió con unos ojos brillantes, la llamó con la mano. “Al fin sabe que existo”. Fue ahí cuando Lucía tuvo la absoluta certeza de que era un sueño, de esos pocos que había tenido, sobretodo de pequeña, cuando al fin descubría la trampa y caía en la cuenta de que podía controlarlo todo. Volar, tocarse, quemarse; ser dueña; ser libre. Salvajismo sin testigos, sin tapujos, sin moral.

Sintió una sobreexcitación. Euforia. Se desnudó, esparció restos de maquillaje por todo su cuerpo. El chico la miraba animado y hacía figuras con el humo del cigarrillo. Mientras, Lucia mojaba su cabello y movía la cabeza acariciando y humedeciendo su espalda como si se preparase para un ritual. Las figuras de humo eran cada vez más nítidas. “ V E N” escribían en el aire.

Ya preparada, ya salvaje, ya dueña de esta historia saltó la pequeña ventana del baño y comenzó a correr dando alaridos por la asoleada terraza que separaba los edificios.

El sol era intenso, los rayos mejores a cualquier sueño anterior. Su carcajada desenfrenada tenía la melodía que venía escuchando mentalmente hace días. El horizonte era luz. Luz resplandeciente y colores claros y brillosos. La terraza acabó. Dio el gran salto.

¡Cómo lucía Lucía!

...Fue su último recuerdo.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Y POR QUÉ NO?


Flavia sostiene con firmeza el resbaladizo vaso empañado y traspirado por el hielo. Hay humo. Le molesta. Piensa en que debería haber comprado un paquete de cigarrillos; que es preferible consumir su propio humo antes de comerse el de todo el bar. Pero bueno, así está Flavia, cerca de una pared, parada de manera segura, con la cadera levemente inclinada hacia un lado, y luego hacia otro. Y va intercalando con la música: izquierda, derecha. Izquierda, izquierda. Derecha, derecha. Se percata al fin de ese movimiento y comienza a juguetear con ello. Y un sorbo y otro sorbo, y ya va quedando sólo el hielo. Y el reloj. Y el móvil. Y no hay ninguna llamada. Y bueno, habrá pasado algo. Qué raro tanto retraso. Nada, tranquila.

Mira pero no observa, mira pero sólo quiere ver lo que se espera encontrar. Pero no llegan nunca. Y va a la barra. Otro vaso resbaladizo y ahora mira a los ojos del chico de la barra. El mismo de antes. El mismo al que había “mirado” antes. Pero ahora le interesa, ahora identifica unos ojos que le resultan simpáticos y los hace chocar con los suyos.

Un detalle; Flavia cuando mira con determinación, cuando digamos que “observa”, no deja indiferente. O encanta o, da miedo. Y a veces las dos cosas. Está vez su mirada estaba un tanto vidriosa. Miró al chico y ese sólo gesto se materializó en una sonrisa de parte de él ; en llenar tres cuartos del vaso con un wisky de mejor calidad; en coronar con una bombilla y en elevar con un “yo invito”.

Por un momento Flavia sintió como si parte de su piel se disolviera. Y se le escapó una sonrisa única. Dio media vuelta. Mientras, el chico la miraba de pies a cabeza y constataba una incómodo bulto en su pantalón que, por fortuna, la barra cubría.

En tanto, una pareja se besa. Se besan con libido explícito. Y Ana los observa desde una esquina, mientras aspira con delicia su cigarro. La imagen comienza a hacerse divertida para Ana. Le gusta espiar a la gente, le gusta jugar a que es un fantasma. Le gusta ver situaciones íntimas, le da un placer único y muy oculto. Esto, no se lo comentará nunca a nadie.

La pareja se besa y de pronto la escena se ve interrumpida por una chica que los mira con rabia y pone un trozo de globo reventado en el hombro del chico besador. Otro, que anda por ahí dando saltos bailarines, cree que es un juego; va borracho y comienza a molestar a la pareja. A ellos les da igual, están entrelazados en una intensidad que los ciega.

El borracho bailarín, como toda persona civilizada, tiene un nombre. Pero le gusta presentarse (sobretodo cuando va ebrio), como “Conde”. ¿Conde? “Sí guapa, es que soy noble, y ya verás que soy noble”. Y Ana sonríe mientras expulsa el humo y piensa “payaso”.

La pareja sigue en lo suyo. Se comen, se aprietan, se rozan. Ana disfruta de su suerte de espionaje. Conde transpira alcohol y mueve la cabeza emulando a un rock star. Su pelo salpica. Una gota llega a el labio superior de Ana. “Qué asco. Jugoso el payasito de mierda. Que ni se me acerque”.

Conde comienza a caminar hacia la barra, busca entre sus bolsillos. Se mueve de un lado para otro. Tiene una sonrisa estúpida en la cara. Sus ojos son incapaces de enfocar: de mirar.

“Un wisky”. “¿Y otro para mi acaso?” se oye un susurro muy cerca de su oreja. Se voltea y tiene ante si, otros ojos muy vidriosos e intensos enfocando a su pupila como si se tratara de un tiro al blanco. Ese momento se le presenta como de lucidez absoluta. Flavia contraataca.

¡Salud! Chocan los resbaladizos vasos y comienzan un dialogo de ojos. “Pensé que ya no venías”. “¿Venir aquí?. Vengo a menudo. No entiendo.

“Pero es que la idea era partir temprano”. No te entiendo. “Sí, ahora por tu culpa voy más borracha de lo que esperaba. Bueno, invítame la última copa y llévame a casa que ya no aguanto más”.

Llevarte a dónde, no se quién eres ni dónde vives. No te entiendo. De pronto Conde no lo está pasando muy bien, esta chica le da miedo. Lo que empezó minutos atrás como un juego de borrachos ahora parece una pesadilla. Pero no se puede permitir abandonar la situación.

Vamos, me quiero ir. Flavia se siente genial, aunque para el resto de la gente no lo está. Sus ojos delatan. Va camino a la puerta de salida. Aprieta la mano de Conde que la sigue como hipnotizado y sin cuestionamientos. Hace una pausa. Lo empuja hacia la pared. Lo comienza a besar con desenfreno, pero sobretodo con rabia, con mucha rabia. Conde flota, hierve, sube, baja. Sí si, vamos por favor le dice entre besos mojados.

Es la misma pared, en la que horas atrás se apoyaba impacientemente y miraba el reloj. Y ahora no le importa nada. Todo le importa una mierda. Estoy genial, se repite una y otra vez.

Me encanta, qué chica, me la voy a comer. Me siento genial.

Así que el payasito consiguió presa. Ana mira desde la puerta de salida. Y siente un poco de rabia. Se siente sola y ahora no le da placer ver a Conde y esa chica sin rostro.

Ana comienza a hacerse cuestionamientos, da inicio a un bombardeo mental. “¿Y por qué no?, aquí nadie me conoce. Qué importa. Van todos borrachos. Es que me gusta, lo deseo, me recuerda alguien. A quién engaño…bla, bla bla”. Camina, coje a Flavia y a Conde de la mano. Sonríen. No hay cuestionamientos. La música no permite palabras. Ana encabeza a fila, Conde la sigue, disfruta, se ríe. Y Flavia está genial. Y punto.

Al otro lado del bar, el chico de la barra observa la escena. Las tres figuras desapareciendo por la puerta de la sala. “Ahí van”. Y comienza a imaginar. Y de nuevo el bulto en el pantalón. Y sonríe mientras le llena la copa a un comensal. Y se repite mentalmente:”¿Y por qué no?”.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Y entOnces? LeTs Go


Cuando cerré la boca, sentí que mis oídos se abrían y que cada poro se dilataba, emitiendo una especie de suspiro que sólo mis nuevos oídos abiertos podían oir.

Era una seguidilla de suspiros en cadena, contagiosos y tibios que desembocaban en el extremo de un vello erizado. En el silencioso crujir de unos labios apretados y en el deslizamiento húmedo y resbaladizo ahí; entremedio.

Los ojos aún cerrados y un corazón palpitante y nervioso me recordaban que estaba despierta; qué estaba viva y que tenía que recapitular.

Abrí los ojos y el golpe lumínico del fluorescente de aquel añejo baño me dejó con un encandilamiento que hizo más torpe aún mi regreso.

Sequé mis humedades y tiré de la cadena. Una vez de pie doy con mi rostro de golpe; ahí, en ese salpicado espejo, sobre el lavamanos donde reposaba, dejando amarilla huella, un ya extinto cigarrillo.

Saqué pecho, sonrisa y curvas y me aprendí el papel (o al menos lo intenté). Lo había olvidado. Ahora el espacio apestaba a confusión, me dí cuenta por vez primera que la confusión olía, y que ese olor lo había sentido antes, en el autobús, en el hospital y en la sala del colegio cuando era muy pequeña. ¿O pequeño?...Qué confuso. No recordaba. ¿En el convento? ¿Un convento?.

Brillo de labios, papeles, tabaco molido. Y vueltas y vueltas. Y miro mis uñas y están sucias, y huelen, Y huelen a Bohemia, como le dijo alguna vez esa impostora en un bar de mala muerte, muchos años atrás. "Me fascina el olor de tus dedos, huelen a bohemia". Recordó, y una sonrisa se dibujo en su rostro. Nostalgia y decepción: rara combinación.

Máscara de pestañas, un tampón, boletas. Vueltas y vueltas. Stop, aquí está el encendedor. Siempre lo confundo con la palabra "cenicero".

Hablemos; hablemos nosotras y aclaremos un poco. Que habrán notado: huele a confusión. Tranquila nena, ahí tienes el mechero. Vale.Se decía a si misma. Me decía a mi misma. Nos decíamos.

Al fin abrí la boca. Prendí el cigarro y traté de recordar quién era. Qué hacía ahí, qué lugar era ese y porque llevaba tan peculiar ropaje encima.

Se miró, se gustó (nos gustamos en complicidad). Dejó el cigarrillo en su boca y comenzó a tocarse los brazos (nos tocamos), a sentir una suavidad nueva. Emitió un lejano suspiro (mentira porque gemíamos) que dejó una estela de humo.

Cogió el cigarrillo con autoridad y sin preguntarse más nada se dijo a si misma: Let's go. Abrío la puerta y de golpe entró la música más retumbante que hubiese esperado.

viernes, 2 de octubre de 2009

LeArninG to Fly


“Y así”…Así cómo??, bueno así, mira, más o menos así.

Estoy agotado, llevo cerca de cuarenta minutos que parecen una eternidad escuchando a este tipo q no para de hablar, que sube el tono, que me da consejos, que me trata de plantear un modelo de vida que él supone tengo que seguir, que adoptar.

Sube el tono, hace pausas interesantes, me mira y dentro de toda la mierda crítica que me tira dice con énfasis que tengo talento, que soy creativo.

Estoy tan agotado, su voz ya suena a lo que suponemos como silencio..o sea lo que siempre está…el escenario acústico, da igual. Estoy atontado. Este tipo no para de hablar. Me dice como conducir mi vida, me da instrucciones. Que hay que tener pasión, “pasión necesitas tu pelotudo” pienso esbozando una sonrisa.

Sí, soy homosexual. Sí este sujeto me inquieta. Sí llevamos una relación.

Una relación que mientras más lo pienso menos existe. Vamos, una mentira. Somos totalmente distintos, y él ni siquiera reafirma su homosexualidad frente a otras personas.

Pero aquí estoy, enganchado a este sujeto, moviendo mi cabeza mientras doy sorbos a mi sexta cerveza, y mientras pienso que debo aguantar. Como si al final de este túnel fuese a obtener una recompensa, por mi aguante, por mi tolerancia y mi resistencia.

Cambio de música en el ambiente. Cambio. Sí ahora escribo yo, ahora hablo yo. Suenan los Pixies. Qué recuerdos, quiero volver a esa época. No soy Roberto. No señor lector, permítame aclarar la lectura, soy Fema, una amiga de él.

Roberto está en el hospital, tuvo una pelea con el tipo éste con quien no daba más. Bueno, en definitiva explotó. Yo lo venía venir. Eso no daba para más y el se empeñaba en una suerte de masoquismo en seguir aguantado. Quería una recompensa, como habrán leído. Mentira eso no existe en la visa real. Su recompensa fue terminar en el hospital.

Yo llegué a eso de la 1 de la madrugada cuando me lo encuentro atontado, esbozando una sonrisa idiota.

En un momento voy al baño, vuelvo y veo a Roberto con la botella de cerveza a medio romper amenazando a Fabi.

Intenté, juro que lo intenté, pero Ro estaba fuera de sí. Y bueno, mis intentos eran superficiales. Porque la verdad moría de ganas, hace años de que alguien le rompiera la cara al hijoputa de Fabi.

Yo había sido su pareja también. Y este sujeto lo único que hizo fue destrozarme la vida. Acomodarme metas que no eran de mi interés y darme la peor sensación de frustración jamás experimentada.

“Y bueno”, era Fabi, un tipo encantador, pero de una amargura que disfrazada muy bien.

Suena The Smiths, qué recuerdos, que nostalgia. Abro bien los ojos y noto que el avión comienza a descender, siento ese placer nervioso en el estómago y le aprieto la mano a Fema. Sonreímos. Comienza el aterrizaje. Ahora las únicas instrucciones de vida son las de abrocharse el cinturón y enderezar los asientos. Cambio.

jueves, 9 de julio de 2009

Jueves


Y bien, sonó el despertador. Segundo día con  melodía nueva. Te lo digo, hace efecto!, los despertares estaban efectivamente cambiando. El  sonido no era muy motivante, pero el promedio de “lo dejo cinco minutos más” estaba bajando.  Así que salté ( es cierto mi cama está en alturas) relativamente más pronto que en los últimos días.

Miento, antes de saltar ya comencé a sentir que algo raro sucedía. Así que pensé un momento antes del gran salto.

Ducha, toalla, y a los preparativos desayuneros. El café que estaba muy caliente tardó la nada en enfriarse. Lo voy a poner de nuevo en el microondas cuando veo lo que nunca antes había visto, y me atrevería a decir que ni imaginado: una mosca. Una mosca sobrevuela mi tazón de café frío, se posa lentamente y veo el fenómeno; una mosca sacándose un moco de “la nariz?”. No podría precisarlo, en ese momento algo así como un superpoder se apoderó de mi y pude hacer un mega zoom sobre el insecto y sobre esa cotidiana pero absurda acción. Una mosca sacándose un moco. Fue una abstracción total en mi mañana. Derramé el café con leche, todo chorreando en mi pequeña cocina. Mi camiseta nueva empapada y mi cara de imbécil pensando: “en boca cerrada no entran moscas”, funcionó. Pero el insecto mutante ya no estaba en ninguna parte.

Miro el reloj, voy tarde. Mierda siempre igual. Voy por mi bolso y noto que en pleno verano de sudores pegajosos cae una lluvia torrencial. Mierda. Es tarde, mi camiseta mojada con olor a café y a fuera llueve. Mierda (la mierda atre a las moscas dicen). Paragua en mano bajo las escaleras a brincos. Abro el portal y me pongo los audífonos para enfrentarme al exterior. Afuera en la esquina turística de siempre los turistas están empapados. Tampoco se esperaban lluvia. Je je.

Es un día distinto y los superpoderes continúan, pero paseándose por distintos sentidos. Canto, cruzo charcos, y le pido al Universo cosas nuevas, “sorpréndeme”, como poniendo a prueba los consejitos que exponía al estilo “llame ya” una suerte de documental que tu ya conoces. O que por lo menos te suena. ¡Sí ese!.

Comienzo la rutina laboral y mis poderes hacen efecto, poderes premonitorios. Y bueno qué!, esta mañana decidí estar un tanto mágica. O lo decidiste tu?, bueno da igual. Muchos pensamientos e imágenes, coincidencia o no, comienzan a hacerse realidad. Tonteras eso sí, nada de espectacularidades, pero me gusta. Así juego a que estamos en conexión.

Ya en el trabajo.Entra un enano empapado y no puedo contener la risa, parece que salió de una piscina. Hay un grupo de chicas inglesas paradas en el portal de la tienda y no paran de gritar, parecen borrachas. Es temprano aún. Y caen granizos. Gracias! Me siento más mágica aún.

Tengo ganas de saltar, de jugar. Es una sensación que me cuesta controlar, apenas puedo elevo disimuladamente una pierna y el movimiento más cotidiano es hecho como una suerte de danza.

Es como si estuviese recargada, siento energía, quiero volar. De pronto paso frente a un espejo, me acerco, empiezo a ver detalles y noto algo extraño en mis ojos.

Pupilas distintas, como llenas de minicapsulitas, como si tuviese algo así como un panal de abejas en cada una, ¡como coladores!.

Y mi euforia escapando por los poros sin motivo aparente. Levanto de nuevo una pierna, lo hago más alto. Estoy más elástica. Comienzo a mover los brazos, nadie me ve, y pareciera que corto el aire. Puedo oírlo todo; la gente que pasa por la calle, la conversación telefónica que tiene un hombre mayor en la cafetería de al lado mientras enciende un cigarrillo. Oigo el inflar y desinflar de mis pulmones. Que placer, que sensacional (al fin pude entender esta palabra sensación-al!). el roce de mi camiseta ya no mojada. Mis pies siendo atraídos por la tierra . has sentido realmente eso?, pero en serio, mira fíjate, detente un momento. Que nooo, que no es joda. Se siente. Bueno, allá tu, sigo con lo mío.

Los pies en la tierra…sí. Qué paradójico, es una frase tan típica; tan común. Pero bueno. En todo caso duró poco. Y en mi caso no fue ni tener la película clara, ni madurez, NO; sólo eso, tal cual.

En eso estaba, sintiendo los pies atraídos por la tierra, cuando de pronto sentí venir algo así como un estornudo en cámara lenta. Un cosquilleo interminable que lagrimeaba mis ojos, picaba mis orejas y ponía mi piel de gallina. Alcancé a cubrir mi nariz con un trozo de papel. Todo en cámara lenta (insisto) y vino la gran explosión nasal y sensacional. Fue increíble, no te exagero, fue un escape de microrpartículas de alma quizás (tuvo que ser; estaba decididamente mágica) que me dejó en un estado de satisfacción y placer cuasi orgásmico.

El enano me estaba mirando, creo q me ruboricé. Di la vuelta y antes de tirar el papel al basurero miré su contenido, entre mis mocos, ahí estaba: la mosca.

 

martes, 10 de marzo de 2009

El Visitante


Que lo complejo se manifiesta  mediante distintas señales y en diversos aspectos de la cotidianeidad no es gran novedad. Que el absurdo siempre da señales que traspasan dimensiones tampoco. Que haya personas que vivan cegadas y pretendiendo ignorarlo, me impresionaría, pero tampoco es así.

Cuándo tocó el timbre lo lógico hubiera sido darnos un abrazo y comenzar a hablar de nuestras vidas, pero la lógica no es la tónica de esta historia. La verdad es que creo que casi de ninguna, porque; ¡¿qué es la lógica?! O que es lo que la mayoría acuña como “normal”. Sí así entre comillas; basta de engaños, tu puedes comprenderme, supongo. Sería parte de mi “lógica”.

Abrí la puerta, me miró con unos ojos de animalillo hambriento y de desesperación, quedé perpleja, esa mirada me descolocaba. Me tocó una oreja y quedé inmóvil, pero fascinada con los gestos de placer que hacia mientras movía mis cabellos y me empujaba contra la pared de la entrada.

“Hola”, me imaginaba que decía, pero mi boca entreabierta no era capaz de articular nada. El corazón me latía y sentía un hormigueo tibio que recorría mi bajo vientre, subía por el ombligo y se posaba insistentemente en el punto de roce de sus dedos y el lóbulo de mi oreja.

No se cuanto tiempo transcurrió. De pronto me vi semidesnuda sobre un colchón viejo iluminado por los rayos de sol que entraban desde la terraza. Entregada, no se a qué, decidí no hacer cuestionamientos, el juego me tenía fascinada y la rareza me atraía.

Pensé que podría hacer lo mío, que estaba en mi derecho de aportar en esta inusual situación. Busqué mi cámara fotográfica y comencé a enfocar -por difícil que pareciera- sus ojos. Lucían maravillosos, envidriados, extasiados, fuera de este lugar. Creo que no había visto nada similar.

Él se dejaba retratar y al parecer le provocaba otro tipo de placer, que a ratos le sorprendía; bueno es lo que pude advertir con los sonidos que emitía.

Vaya personaje,  “qué mierda estamos haciendo”, me repetía como si hubiese un espectador mirándonos desde un lugar y como si yo quisiera aparentar normalidad y decir “sí, la verdad es que es todo  muy extraño”, pero nada, no había espectador, no debía rendir explicaciones a nadie. Aquí mando yo, juego a ser dueña de mi misma, es un espacio entre tantos paralelos más, y es mío, yo lo he aceptado y lo estoy construyendo.

Ahora calculo que pasaron cerca de dos horas de extraños y nuevos rituales, de rayos solares, de calidez, de silencios ruidosos, de enfocar ojos, de extasiarme haciendo clic, y de aguantarme risitas de mi otra yo.

Bueno, ya basta de juegos. Aparté la cámara fotográfica y me paré, me acomodé la ropa cómo pude y dejé de mirarle a los ojos, caminé hacia la puerta y la abrí. Afortunadamente mi cómplice entendió todo. Salió, se dio media vuelta y extendió su brazo hasta dar con sus dedos en mi oreja. Punto de inicio. Lo miré fijamente, lo aparté, esbocé una sonrisa y cerré la puerta en sus narices. Hasta la próxima. Adiós.

Caminé hasta la terraza, prendí un cigarrillo y boté el humo justo en el momento en que pasaba un tren. Qué cotidiano.

 

martes, 10 de febrero de 2009

El Liberty


EL LIBERTY

Ya había pasado algo de tiempo, y el punto de partida había tomado distintos rumbos, pese a lo poco que se veían, permanecía un lazo…una especie de “cable red” que mantenía cierta confianza y complicidad.

Como si el entramado así lo tuviese previsto de antemano, bastó una llamada angustiosa y nocturna, para que a la mañana siguiente ambas tomaran un bus rumbo a Valparaíso.

El viaje, si bien duró alrededor de una hora, fue sustancioso en cuanto a la cantidad de detalles y vivencias pasadas que se confesaron.

Pese a la gravedad de algunas confesiones, el humor siempre acompañaba a ella y Ester disfrutaba de eso.

Ella, a quien llamaremos Ondina en este relato, no tenía idea de la razón de su viaje. A modo de escape se encontró con esta oportunidad e hizo valer la coincidencia de haber deseado visitar el Puerto, que tanto le gustaba.

Mediodía en Valpo, Ambas bajan del autobús… “pisan tierra”: El día está brillante, Ondina siente y percibe que es un día de vacaciones, de los que nunca tuvo el verano pasado, y juega con la idea. Se trata, objetivamente, de  un excepcional día de invierno.

“Necesito un banco” dice con su natural toque de misterio Ester, quien recién confiesa que pretende cambiar un cheque en la brillante ciudad.

La idea parece absurda para Ondina, quien de antemano supone que el “trámite no resultará”. Así es, Ester con ojos caprichosos y llorones siente en el alma no haber cobrado el cheque en su momento.

Cambio de juego.

La ciudad mezcla variados aromas, comienza el vagabundeo de ambas por calles, subidas y bajadas colorinches, que Ondina siente “florean el pecho”. Ester aparenta estar desconcertada, pero no logra engañar. Ambas sabían que estar ahí era haber escapado a otra posibilidad sólo por un día. De esta manera no jugarían solas. Había que descubrir algo especial.

El olor a pescado impregna el caminar, buscan algo, pero sin saber qué. Se escudan en la idea de “tomar una chela”. Recovecos y más recovecos, sol y mujeres que aparecen invitando un “almuerzo chiquillas, pasen por aquí”. Nada; querían un lugar para disfrutar una cerveza en paz, y de paso continuar la reconstrucción de episodios que quedaron pendientes en el viaje.

Una plaza escondida, unos abuelos vagabundos, el sonido del mar presente. La plaza, la esquina, la esquina, la plaza. Tic, tic, tic y un punto que las llama: “EL LIBERTY”.

Risueñas y algo emocionadas -era lo que silenciosamente ambas buscaban- se asomaron al lugar; un barucho del siglo pasado, con miles de detalles encantadores (para sus ojos). Punto ajeno e independiente que permanecía y existía. Era el armario, el agujero, el portal, en fin.

Con un “caset” de tango añejo y “gorrionoso” (que desafinaba de manera singular), cerveza y cigarrillos comenzó el show.

Par de intrusas ajenas, gozaban espiando el comportamiento de aquel onírico alrededor. Una anciana, “la Madama”, refunfuñaba mientras se zampaba vasos de tinto, escabullendo un plato de tallarines masamorrientos que tenía al frente.

El mesero sonreía con una especie de complicidad y simpatía hacia las “lolitas”. Otra mesa “más allá” un grupo de vejetes hilacheros reían. “Estamos en nuestra salsa”, comentaban ambas, como quien comete una travesura placentera.

El lugar parecía sacado de otro mundo, de otro espacio y contexto. Resulta casi imposible describir tantos detalles y tanto kitcherío, que no colgaba ni adornaba al azar. Todo tenía un orden secreto, simbólico y significativo, cada pieza tenía un pedacito de alma de quien sabe quién.

Ya no son invisibles

De pronto surge un nuevo personaje, “hola  señoritas, me presento” dijo un tipo con nariz pimentona morrona que escondía sus lagrimones ojos tras anteojos oscuros, “soy la joya del pacífico, mucho gusto”. Extendió su mano con respeto cursi de antaño y comenzó a sacar roñosos papeles que acreditaban, según  él, su lentejuelezco y glamoroso pasado.

Terminada su especie de disertación, la Joya, se despidió con un intenso grito melódico del tipo Lucho Barrios. Las “señoritas” se miraron con una desfiguración facial que suponía sorpresa.

El día continuaba, al Liberty entraban vagos con sacos, una señora con una especie de retardo mental que cuidaba autos en la cuadra, y que -al parecer- llenaba su propio tanque con pipeñón turbio de tanto en tanto. De paso aprovechaba de mendigar monedas para un pancito; el problema es que lo hacía con una prepotencia insoportable, que a algunos asustaba.

Ester y Ondina seguían ahí, ajenas y confesando paralelos anteriores, la comparación era irresistible. Los contenidos sorprendentes, pero para un tercero.

¡Salú Amiga! Y aparece otro personajón del lugar, un tipo trajeado (pero a la mala) con un aspecto muy comparable a Juan Zablazo (de Condorito), el fanfarrón se acerca cancherísimo y jovial. Trata de meter conversa. Al parecer las espiaba de antes y captó parte del secreto juego.

Luego de bromear  probándose los anteojos de una, sentenció serio: “yo las admiro chiquillas, yo vengo acá porque no le temo a los tajos…pero ustedes no se cómo”. Los ojos de Ester se redondeaban buscando alguna respuesta en Ondina… “yo voy y vuelvo”, sentenció Zablazo , como queriendo decir, “escapen ahora, les doy ventaja”.

Game Over, había que huir pronto, el portal comenzaba a achicarse y afuera se escuchaban gritos de evangélicos, “Pura mierda…esos si que son pura mierda”, decía la Madama, mientras Ester cogía su bolso con seguridad y Ondina pagaba la cuenta.

Afuera el mundo había cambiado bastante…no más sensación de liberty. Se acababa el recreo de Ondina, un día similar… años atrás.